Hola a todos.
A pesar de sus firmes propósitos, a Daniel le está costando mucho trabajo poder olvidar a Estelle.
¡Vamos a ver lo que pasa!
Daniel se despertó solo en el colchón.
Ana no se había quedado a pasar la noche con él. Sin embargo, le latía muy deprisa el corazón.
Le dolía todo el cuerpo y la sensación de que unos ojos de color azul cielo le miraban con decepción. Estaba seguro de que había desilusionado de algún modo a Estelle.
Se puso de pie de un salto y estuvo a punto de gritar de dolor. Le parecía estúpido soñar con el personaje secundario femenino de una novela romántica que nunca había leído. Pero, por algún motivo, sentía que Estelle Templewood era mucho más real que cualquier otra persona. Se dirigió al cuarto de baño, que era pequeño. Abrió el grifo de agua del lavabo y se lavó la cara, intentando no pensar en la bella Estelle Templewood.
La había visto. Estaba en el puerto. Pero no estaba sola. Su prima Olivia estaba con ella.
Las dos se dirigían a uno de los barcos. Kala Kanta...El nombre resonó en su cabeza.
Olivia iba cogida del brazo de Estelle al caminar. En un momento dado, Estelle se inclinó hacia ella para contarle algo. Intercambiaban confidencias. De pronto, Daniel oyó la risa de Estelle. Se estremeció. Su risa sonaba todavía en su cabeza, aún estando despierto.
Tenía la risa más bonita que jamás había escuchado. El perfume que emanaba de ella. Desde luego no tenía nada que ver con las fragancias que se anunciaban en la tele. No era Farala. No era Ragazza. Era distinto.
Se le estaba haciendo tarde. Tenía que ir a trabajar.
Se puso el uniforme. No podía pensar en Estelle. En volver a ver a Estelle. Ana era su novia real. Podía besar a Ana.
El día pasó despacio para Daniel. Intentó centrarse en su trabajo.
Los clientes hacían cola con sus carritos de la compra.
Daniel recordó que había quedado con Ana aquella noche. Por lo menos, su vida real se ajustaba a lo que debía de ser. Estaba superando la muerte de Alejandra y de su hijo. Tenía un trabajo. Los monos se hacían más soportables.
Tenía un trabajo que le gustaba. Quería mucho a Ana y sentía que podía rehacer su vida al lado de ella. Vivía de alquiler en un piso que le molaba y podía pagar el alquiler, que era bastante asequible. No podía vivir aferrado a la imagen de una joven que no existía. Sólo existía en una novela romántica que nunca antes había leído.
El ruido de la caja registradora le sacó de sus cavilaciones. Estelle Templewood no existía. Tan sólo existía aquella clienta que iba a pagar una compra de 5.960 pesetas.
-¿Va a pagar en efectivo o con tarjeta?-le preguntó a la clienta.
-Con tarjeta...-respondió la mujer.
Daniel aceptó la tarjeta VISA que le tendió la clienta. Debía de dejarse de ensoñaciones. No podía cometer un despiste, porque le podían despedir.
Metió la compra en distintas bolsas. Se las tendió a la clienta. Había otros clientes haciendo cola ante su caja registradora. Daniel decidió centrarse en ellos y olvidarse de Estelle Templewood. Pero le iba a costar mucho trabajo hacerlo. Arrancó el ticket. Lo metió dentro de una de las bolsas. Vio cómo la clienta se alejaba de la caja.
Se centró en el siguiente cliente.
Salió del trabajo a las ocho de la tarde. Ya había anochecido.
Se llevó una sorpresa cuando vio que Ana le estaba esperando en el aparcamiento. Al verle salir del Continente, la joven esbozó una sonrisa.
-¡Qué sorpresa más agradable!-exclamó Daniel.
-No podía esperar más tiempo-admitió Ana.
Se besaron con ternura en los labios.
-Verte hace que se me olvide todo el cansancio-le aseguró Daniel.
Uy espero que todo vaya bien para Ana y Daniel. Te mando un beso
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