Aquí os dejo con el segundo fragmento del primer capítulo de Un sueño hecho realidad. Se trata del fanfic que escribí hace siglos de Olivia y Jai. Sé que habrá quién se pregunte qué narices pinta un madrileño de principios de los noventa en el fanfic de una novela romántica (que es mucho más que una simple novela romántica, lo sé) que transcurre en La India colonial del siglo XIX. Todas vuestras preguntas tendrán su contestación poco a poco.
Aquí os dejo con otro fragmento. Espero que os guste. ¡No os olvidéis de comentar! ¡A ver qué pifias he cometido!
Era el día de Nochebuena y él lo estaba pasando lejos de casa. No quiso pensar que sería la primera Nochebuena en siete años que no pasaría con Alejandra. Siempre había pasado la Navidad con ella. Desde que tenía uso de razón. Cuando se enamoraron. Desde entonces, habían sido inseparables.
Su mente volvía atrás en el tiempo.
Él y Alejandra habían empezado a salir en septiembre.
Era la Nochebuena del año 1983.
Daniel recordaba haber ayudado a la chica que iba a limpiar su casa a decorar el Árbol de Navidad. Como siempre, su casa estaba muy adornada.
Daniel cenó en compañía de sus padres, de sus tíos y de sus primos. Sin embargo, apenas abrió la boca durante el transcurso de la cena. Veía las mismas caras que veía todos los años. No se cantaban villancicos. Incluso, sus primos más pequeños ni se atrevían a reír. El ambiente que reinaba en su casa era muy frío. Pero Daniel pensó en que lo esperaban sus colegas una vez terminado de cenar el pavo.
Irían a pedir el aguinaldo de puerta en puerta.
Sus padres habían accedido a dejarle ir. Sin embargo, se quejaban de que pedir el aguinaldo sólo lo hacían los pobres.
Al terminar la cena, Daniel felicitó las Pascuas a sus tíos y a sus primos. Se puso el abrigo y la bufanda.
Sus colegas lo estaban esperando en el jardín. Alejandra estaba con ellos. El verla animó la Nochebuena a Daniel. Salió corriendo de su casa. Al llegar a la altura de Alejandra, le dio un beso suave en los labios. Sus colegas empezaron a dar grititos.
-¡Callaos, gilipollas!-les increpó Daniel.
Aquella primera Nochebuena con ella fue divertidísima. Lejos de sus padres...Y al lado de Alejandra...Un sueño hecho realidad, pensó.
Salieron todos en pandilla a cantar villancicos por toda la urbanización.
Alejandra estaba muy guapa con su gorrito de Papá Noel.
Daniel y ella se besaron muchas veces. Él había puesto muérdago en puntos estratégicos del recorrido.
-¡Mira!-le indicaba-¡Muérdago!
-Hay que cumplir con la tradición-decía Alejandra.
-Tienes razón. ¡Venga, vamos!
Y se besaban. Alejandra se echaba a reír cuando se separaban. Tenía la risa más bonita que Daniel jamás había oído. Se cogían de la mano y echaban a correr. Sus amigos les llevaban mucha distancia. No podían estar muy alejados de ellos.
-Soy feliz-le dijo Alejandra.
Daniel pensó que había muerto y que había subido al Cielo. Él y Alejandra eran novios desde hacía escasas semanas.
-Te quiero-le dijo la chica.
Eso era lo que Daniel quería oír. Saber que aquella relación no era sólo una aventura. Tener la certeza de que Alejandra y él estarían siempre juntos. Y ella le había dicho que también lo quería. Papá Noel había sido muy generoso con él. Abrazó con fuerza a Alejandra en mitad de la calle.
-Yo también te quiero, Alex-le corroboró-Yo no creo en papeles. Sólo creo en que nos queremos. Y que estaremos siempre juntos.
-También lo creo yo-dijo Alejandra.
-¡Ay, Alex!
A Daniel le asaltaron los recuerdos. Recuerdos de él y de Alejandra poniendo el Árbol de Navidad. Recuerdos de Alejandra cantando villancicos por toda la casa. Pensó en la última Nochebuena que habían pasado juntos. En septiembre, habían cumplido su primer aniversario desde que se casaron por lo civil. No habían llegado a cumplir el segundo aniversario. Daniel no quería casarse por la Iglesia. No era un joven muy religioso que digamos. Pero Alejandra sí quería casarse, por lo que fueron al juzgado y arreglaron los papeles. Recordaba el día en que le pidió matrimonio en la discoteca. La cara de estupor de Alejandra al verlo arrodillado ante la pista de baile. Pero aquella boda por lo civil no era suficiente. Y Daniel lo sabía.
Pasaron la Nochebuena ellos solos viendo un especial de los Muñegotes.
No quería mirar las luces de Navidad que iluminaban la ciudad por la que estaba pasando. Se había propuesto poner tierra por medio.
De estar viva Alejandra, a lo mejor, ella estaría viendo anuncio de juguetes. Querría comprarle al bebé una Chabel si era niña. Daniel le habría dicho que no. Que sería niño. Y que le regalaría un juguete de Playmobil. Discutirían. Pero sus discusiones siempre terminaban de la misma manera. Haciéndose cosquillas mutuamente. O eso quería pensar. Era cierto que discutían mucho. Era cierto que nunca estaban de acuerdo en nada. Pero se amaban.
Alejandra...Daniel sintió cómo las lágrimas empezaban a escocer sus ojos y tuvo que detenerse en un lado de la carretera. Le parecía hasta insultante haber cogido un coche. Se lo había prestado su colega El Largo. Un Seat Ibiza de color rojo...
-¡Eres un gilipollas!-le había increpado cuando le entregó las llaves del coche-¡Te piras y nos dejas en la estacada!
-Tengo que irme-le había dicho Daniel-Trata de entenderlo, joder. Yo...Si sigo aquí me volveré loco.
-Ten mucho cuidado, tío. ¡Y no me destroces el coche!
-Tendré cuidado. No sufras.
-¡Sufro porque te has vuelto loco!
Al detenerse a descansar unos días antes, un viernes, la ventana de una casa estaba a medio abrir, quizás porque la habían fregado o por otro motivo. No lo sabía. Un matrimonio de cierta edad estaba viendo la tele en la sala de estar. El televisor tenía sus años. Una bailarina de flamenco que a Daniel le recordó a una Barbie con el pelo negro estaba encima del aparato. El Telediario de las nueve había terminado. José Antonio Maldonado estaba acabando de dar El Tiempo.
Entonces, empezó el que se había convertido en uno de los programas favoritos de María. Pero...¿esto qué es? Alejandra se reía con un dúo cómico que parecía estar llamado a convertirse en los nuevos Martes y Trece. Cruz y Raya...Al verles en la tele, un sollozo se escapó de la garganta de Daniel. ¡Alejandra tendría que estar en el piso viéndoles! ¡No tendría que estar enterrada en el cementerio de La Almudena!
Esa Nochebuena, Daniel recordó que no había llamado a nadie. Nadie sabía nada de él. Lo único que quería era estar solo.
Respiró hondo. La visión de Alejandra cepillándose su largo cabello le asaltó de pronto. Lo llevaba siempre recogido en una cola de caballo y nunca había querido cambiar de peinado. A Daniel siempre le había gustado. Miró el mapa de carreteras para saber dónde se había metido antes de seguir en su trayecto a ninguna parte.
Llevaba dos meses de viaje sin saber bien qué hacer. Dos meses en los que había intentado no pensar en nada. Pero no podía. Los recuerdos le asaltaban una y otra vez. ¿En serio había pensado en olvidar a Alejandra? ¡Qué gilipollas había sido! María era única. Nunca querría a ninguna otra. El Largo
era imbécil. Le había dicho que volvería a enamorarse. ¿Enamorarse de nuevo él? Apenas estaba caliente en su tumba el cadáver de Alejandra. Y su hijo...
Daniel se sentía enfermo cada vez que pensaba en el hijo que María iba a tener. Un niño que él nunca cogería entre sus brazos. No había empezado a hacer planes de futuro para él. Excepto que sería del Real Madrid tanto si era niño como si era niña. Que le hablaría de lo maravilloso que era Butragueño y poco más. Pero no había pensado a qué colegio le enviaría a estudiar. Ni la carrera que escogería el día de mañana. Sólo sabía que lo iba a querer mucho.
En aquellos momentos, Daniel echó en falta la presencia de sus padres. De estar vivos, no se sentiría tan mal.
Era cierto que nunca se llevó del todo bien con ellos. Era cierto que esperaban mucho de él. Del mismo modo que Alejandra esperaba mucho de él. Daniel tenía la sensación de que les había defraudado a todos. Pero quería a sus padres. Y se había sentido querido por sus padres al modo en el que éstos eran capaces de amar.
Daniel recibió una esmerada educación. Estudió en un instituto donde se daba inglés cuatro horas a la semana. Incluso, se puntuaba la pronunciación. Daniel sabía hablar bastante bien el inglés. Pero consideraba aquello como algo estúpido. Estaba convencido de que nunca tendría que hablar inglés con alguien. ¿Acaso iba a salir algún día de España? Pero necesitaba alejarse de todo y de todos durante una temporada. Y no quería recurrir a sus tíos. No quería ser una carga para ellos.
Su padre había sido, hasta su muerte, un próspero empresario. Eran gente de dinero. Vivían en un bonito chalet en Somosaguas. Daniel, para ser sinceros, había nacido para convertirse en un pijo. Cosa que él no quería. Al llegar a la adolescencia, las broncas con sus padres eran constantes.
Su padre le decía que debía de estudiar una carrera. Y se lo decía cuando Daniel apenas estaba empezando BUP. Pensaba que su hijo seguiría sus pasos. Entonces, el cáncer acabó con la vida de su madre primero. Y, más tarde, un infarto acabó con la vida de su padre. Daniel no quiso seguir viviendo en el chalet.
No soportaba tener que vestirse como un pijo. Le gustaba llevar los tejanos rotos. Pero lo que no soportaba era la soledad. El chalet se le venía encima. Lleno de recuerdos...
Admitía que la relación con sus padres había sido difícil desde que llegó a la adolescencia. Pero también tenía que admitir que sus padres le habían querido. Era hijo único. Daniel oyó una vez decir que su madre había sufrido varios abortos. Su nacimiento había sido un auténtico milagro.
La soledad era idéntica ya en un chalet. O ya en un piso pequeño...Sus padres habían querido mucho a Alejandra. Era la hija de unos amigos suyos. Se habían conocido desde siempre. Habían sido uña y carne desde críos. Los padres de Alejandra se habían interesado por él. Le habían brindado su apoyo. Pero Daniel no quería apoyarse en nadie.
No había cenado nada todavía. Escuchaba los villancicos que salían del interior de las casas. Por su lado, pasaron varias personas tocando la zambomba y la pandereta. Lucían unos ridículos gorros de Papá Noel. Estaban cantando A Belén Pastores. No estaba en el ánimo de Daniel el cantar villancicos. La Navidad se le estaba haciendo eterna. ¿Por qué no se acababa de una puta vez?, se preguntó.
En los escaparates de las tiendas veía ropa de invierno, pero también veía guirnaldas. En el centro de la ciudad se ubicaba un inmenso Árbol de Navidad. Veía también Belenes en los escaparates de las tiendas. Todo el mundo estaba muy contento. Y él sólo quería morirse. ¿Por qué no se había muerto? ¿Por qué no había muerto junto con Alejandra y el crío? No entendía el porqué seguía viviendo.
Daniel arrancó el Seat y se alejó. El viaje debía de continuar y él no quería pensar en la Navidad. Sus tíos estarían preocupados por la falta de noticias. Daniel se juró así mismo que les llamaría al día siguiente. Pero ellos insistirían en que debía de regresar. ¿Desde cuándo sus tíos se preocupaban por él? Todo había cambiado desde la muerte de sus padres. Daniel recordaba que la relación de sus padres con sus hermanos nunca había sido buena. A decir verdad, se hablaban sólo para mantener las apariencias. Pero sus relaciones siempre habían sido muy frías. Correctas porque eran familia. Pero frías...Daniel no quería ver a sus tíos. Prefería estar solo durante una larga temporada. Tampoco tenía muchas ganas de ver a sus colegas.
Con una mano, buscó en el bolsillo de su pantalón. Sacó un cigarrillo. Lo encendió con el mechero, soltando el volante durante unos segundos. Por desgracia, no se había empotrado contra ninguna pared. Daniel sentía deseos suicidas. Lo embargaban. Pero sus deseos nunca se cumplían.
María, pensó. Tendría que haber muerto contigo. Me siento muy solo. ¿Por qué, Alex? ¿Por qué? No consigo entenderlo.
Estaba empezando a amanecer. Daniel decidió encender la radio. Trató de sintonizar alguna buena emisora. De la SER pasó a la COPE. Todas le parecieron idénticas. Todas empezaron felicitando la Navidad. Que si Papá Noel había sido generoso con los críos. En algunas emisoras, empezaron a emitir los putos villancicos. Daniel apagó la radio furioso. Tiró su cigarrillo, ya consumado, por la ventanilla. A veces, bebía una lata de cerveza tras otra para poder olvidar. Se las compraba en los super. Dormía la mona en el asiento trasero. Despertaba echando la pota. Pero, a pesar de todo, seguía recordando.
Lo peor era que ni el caballo le ayudaba a olvidar. Algunas veces, había fantaseado con la idea de inyectarse una dosis de más y acabar con todo. Era un cobarde. Nunca lo hacía. El cielo empezó a cubrirse de nubes negras. Sonó un trueno en la distancia. Las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear los cristales del Seat. Daniel conectó el parabrisas.
¡Lo que faltaba!, pensó. Estaba realmente furioso. Pero no sabía con quién estaba furioso. A veces, tenía la sensación de que estaba en mitad de una terrible pesadilla. Y no conseguía despertar. No conseguía escapar de ella. Sólo falta que venga aquí el Freddy Krueger con las cuchillitas, pensó Daniel, sarcástico. Se moría de ganas de beberse una birra, pero los supermercados estaban cerrados. Y los bares también estaban cerrados. Todo el mundo estaba en sus casas celebrando la Navidad con sus familias. Excepto él...Daniel soltó una palabrota en voz baja. El día de Navidad había empezado mal. Y seguiría yendo a peor.
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