viernes, 18 de diciembre de 2015

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

Hola a todos.
He decidido darle un pequeño empujón a esta historia. Quiero que avance, aunque sea poco a poco.
Daniel tiene que hacer lo que se espera que haga Freddie Birkhurst. Es decir, ocuparse de sus tierras y de sus negocios. ¿Será capaz de hacerlo?
¡Vamos a verlo!

                                 Las palabras del yogui resonaban en la mente de Daniel. Había pasado toda la noche pensando en tamas y en rayas. 
                                 ¿Era ése el motivo por el cuál se encontraba atrapado en aquella historia? No recordaba mucho de la noche en la que se quedó dormido en su piso de Murcia. Y despertó en Calcuta. Era una noche de Luna Azul. Eso debía de significar algo. ¿No?
                             Le costó trabajo levantarse de la cama. Sólo quería cerrar los ojos y no pensar en nada. Pero le asaltaba el recuerdo de Estelle. Sonrió con dulzura.
                            Por ver aquellos ojos de un color tan azul como el mismo cielo. Por ver aquella carita redonda y delicada. Sólo por estar con ella, Daniel ya era feliz.
-Buenos días, sahib-le saludó Kanvar, al entrar en la habitación.
-Yo...-titubeó Daniel-Llámame como te dé la gana, tronco.
-¿Se puede creer que nos estamos acostumbrando a su manera de hablar tan rara, sahib?
                        Mientras Kanvar hablaba, iba vertiendo una jarra de agua fría en una jofaina. Daniel se acercó a lavarse la cara. No recordaba la última vez que se duchó con agua caliente.
                         Mister Kinsberly volvió a la carga. El hombre había decidido que el hijo de su jefe debía de estar con resaca el día antes. De modo que optó por ir a verle aquella misma mañana. Había oído rumores acerca de que notaban a Freddie cambiado desde que volvió de la plantación de Bengala. Parecía otro hombre. Tenía una manera de hablar rarísima. No reconocía a lady Birkhurst como su madre.
                        Sin embargo, era más amable con todo el mundo. Ya no se iba de juerga, como hacía antes. No protagonizaba sonados escándalos por culpa de sus borracheras. Era otro Freddie. Con una manera muy rara de hablar. Pero parecía más maduro. Mister Kinsberly se encerró con él en el despacho. Daniel se dijo a sí mismo que debía de prestarle atención. Freddie ya no estaba.
                        ¿Y si estaba muerto?
-El té...-le habló mister Kinsberly.
                       El yogui no le había dicho que Freddie estuviera muerto.
-China...-dijo, de pronto.
-¿Perdón?-se sorprendió mister Kinsberly.
-China tiene mogollón de té, tronco. ¡Ya está! Hagamos tratos con los chinos.
-Nosotros...
-¿Es que el marido de La Tacañona nunca ha hecho negocios con los chinos? ¿Nunca lo ha pensado?
-Pues...No...Y le ruego que no hable así. Sé que se refiere de esa manera a su madre.
-¡Coño, porque parece Paloma Hurtado! ¿No me digas que nunca has visto el Un, dos, tres?
                        Daniel se detuvo. Mister Kinsberly le estaba mirando con horror. No...
                       Aquel tipo nunca había visto el Un, dos, tres. No existía la televisión en 1848. Sin embargo, había dicho algo sensato. Mister Kinsberly lo reconoció. Hacer negocios con China. Era algo que los Birkhurst nunca antes habían hecho.
-China es enorme-añadió Daniel-Debe de tener muchas empresas de importación y exportación. Sir Joshua las conoce y creo que está asociado con alguna de ellas.
-Señor...-titubeó mister Kinsberly.
                        Le costaba trabajo reconocer a Freddie. Nunca había sido el hombre de negocios que deseaba su padre que fuera.
                        Y, de pronto, estaba hablando de negocios. Escuchándole, parecía que los negocios eran algo fácil para Freddie. El joven no sabía cómo se le había encendido la bombilla en la cabeza.
-Iré a ver a sir Joshua-decidió, poniéndose de pie-Él sabrá orientarme.
-Pero...-balbuceó mister Kinsberly.
                      Daniel parecía estar orgulloso de sí mismo. De acuerdo...
                     Tenía que ver a gente rara todos los días. Mister Kinsberly, por ejemplo. Tenía unas patillas y un mostacho que habría despertado la envidia del mismísimo Jose María Iñigo. Pero parecía un hombre serio. Pese a sus cabreos y sus balbuceos...
                      No terminaba de asumir su manera de vestir. Los pantalones le parecía que le quedaban demasiado ceñidos.
                      Echaba de menos sus pantalones vaqueros. Echaba de menos ponerse sus camisetas. Le disgustaba llevar corbata. ¿Eso era una corbata? ¡Parecía más una soga!



                         Dos horas después, Daniel y Estelle estaban sentados a la orilla del río Mandovi.
                        Daniel abrazaba con fuerza a la muchacha.
-Me siento muy orgullosa de ti-afirmó Estelle.
-No soy ningún inútil-le aseguró Daniel.
-Has dado un paso adelante para demostrarlo.
                        Daniel la besó con ternura en la frente.
                       Sir Joshua y Jai se habían mostrado de acuerdo con él. Daniel no recordaba mucho de lo que había dicho. Sólo recordaba haber empezado a hablar de chinos, de té a mogollón y de dinero. Después de creer que había irrumpido en la villa de los Templewood tras sufrir un brote psicótico, sir Joshua y su hijo llegaron a la conclusión de que Daniel podía estar en lo cierto. ¿Por qué no hacer negocios con China? Era verdad que no estaban asociados con ellos. Pero se podía hacer. Nunca habían enviado uno de sus clippers a Tianjin.
                       Estelle besó con entusiasmo los labios de Daniel.
                       Estaba convencida de que su amado era un joven inteligente y lleno de talento.
-Sólo necesitas creer en ti para demostrarlo-le aconsejó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario