Hola a todos.
Debido a que tengo otros proyectos en mente, no podré seguir con esta historia.
He escrito muchas historias a lo largo de mi vida. Sin embargo, la mayor parte las tengo sin terminar. No es justo que deje tantas historias a medio terminar. Estoy en un momento en el que quiero cerrar muchas puertas que he dejado abiertas.
Suena muy cursi.
Pero es la verdad. Quiero ser escritora.
Y los escritores no dejan sus historias sin terminar.
De momento, no me siento con fuerzas para continuar con esta historia.
Alguien dirá que estoy cometiendo el error de dejarla a medias. Es verdad. Pero prometo retomarla en cuanto me sea posible.
No quiero dejar tampoco esta historia a la mitad.
De momento, me voy a centrar en otros proyectos.
Tengo muchas ideas en la cabeza. Y me gustaría darles una salida.
Estoy retomando historias que creía olvidadas. Reencontrándome con personajes de los que ya ni me acordaba. Es una sensación extraña. Vuelvo a mi adolescencia. Me reencuentro con una parte de mí que creía ya muerta. Con mis sueños...
¿Tanto he cambiado a lo largo de los años?, me pregunto. Comparo lo que he escrito ahora y lo que escribí entonces. Son mis historias. Son mis palabras. ¿Soy yo la que he cambiado? Puede que sí. Puede que haya cambiado. ¿Habré cambiado para bien? ¿Habré cambiado para mal? No lo sé.
Tengo muchas historias que terminar. Tengo un largo camino que recorrer. No sé cuándo volveré.
Pero pienso volver. Puede que no sea ahora.
Yo os avisaré. No pienso dejar esta historia sin acabar. No quiero seguir tirando la toalla cuando algo se interpone en mi camino.
No quiero seguir siendo una cobarde.
Amigos...¡Muchas gracias por todo!
¡Hasta pronto!
Recordad una cosa.
No es un adiós. Es un hasta pronto. Volveré.
¿Pueden las novelas románticas hacerse realidad? El blog de mis fanfics de "Olivia y Jai"
jueves, 29 de agosto de 2013
lunes, 19 de agosto de 2013
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Hola a todos.
Hoy, veremos la historia desde dos puntos de vista.
Conoceremos mejor a Ana. Pero también intentaremos conocer mejor a Estelle.
Ana se sentía culpable desde que decidió retomar su relación con Nando. Sabía que había cometido un terrible error. Incluso, creía que Nando tampoco estaba enamorado de ella. Sólo les unía la costumbre. Nada más...
En la tele, no hacían otra cosa más que hablar de los Juegos Olímpicos. Aún faltaba un año. Pero todo el mundo hablaba de lo mismo. No había más tema de conversación. Cuando Ana entró en la cafetería aquella tarde, la tele estaba encendida. Estuvo a punto de dar media vuelta y salir corriendo para no tener que ver al cansino de Cobi. Estaba ilusionada con los Juegos. Pero estaba harta de tanto oír hablar de ellos. Y de la Expo de Sevilla...Tenía pesadillas con Cobi y con Curro.
Había quedado con verse en aquella cafetería con Tania. Ya había pasado un par de meses desde que decidió darle una oportunidad a Nando.
Ana llevaba en la mano el libro que había comprado hacía poco en el Pryca.
Desde entonces, no lo había soltado ni un momento. Tenía ochocientas páginas.
Pero a Ana se le estaba haciendo infernalmente corto. Tenía la sensación de que había muchas cosas que contar en aquella historia.
Lo había leído en poco tiempo. No era capaz de soltarlo.
Bárbara le había dicho que se estaba obsesionando con él. A lo mejor, su hermana pequeña tenía razón. La mente de Ana no paraba de dar vueltas. Todos sus pensamientos conducían a un mismo lugar. A la Calcuta colonial que tan bien reflejaba Rebecca Ryman en su novela. Su mente se hacía muchas preguntas. Los personajes de la novela eran reales. Ana tenía la sensación de que estaban vivos. Que vivían en otra dimensión. En otro tiempo...Alguien le habría dicho que se había vuelto loca. Sin embargo, Ana no paraba de hacerse preguntas.
Quería saber más cosas.
¿Por qué lady Bridget no terminaba de hacer las paces con su hija Estelle? ¿Por qué Olivia no se sinceraba con su padre? ¿Qué había sido de Freddie Birkhust?
Tania aún no había entrado en la cafetería. Ana tomó asiento en la mesa del fondo, como hacía siempre. Tania llegaría y diría que aquella novela se estaba convirtiendo en su principal obsesión. Quizás, así era. Leer la ayudaba a viajar a otro tiempo. A otro lugar...Le permitía olvidarse de que estaba atrapada en una relación que no tenía salida. Abrió el libro casi desde el principio.
En aquel momento, entró Tania en la cafetería.
-¡Joder, Ana!-exclamó nada más verla-¿Otra vez?
La joven se puso de pie para saludarla y le dio dos besos en la mejilla.
-¡Tienes que leerlo, tía!-exclamó, entusiasmada-¡Es precioso!
Tania torció el gesto.
-Con éste, te ha dado bien fuerte-observó-¡No lo sueltas ni a tiros!
-Olivia es mi heroína-afirmó Ana. Se sentaron-Es muy fuerte. Sufre mucho. Pero siempre logra rehacerse y seguir adelante.
-Es una gilipollas-observó Tania-Yo de ella, le habría cortados los huevos a Jai. ¡Y, encima, va y lo perdona! Nunca tienen una conversación así. Seria...Ni él se sincera nunca con ella. ¿Qué tía se larga con un tío que nunca le cuenta la verdad?
-Jai ha sufrido mucho. Piensa en todo lo mal que lo pasó de pequeño.
-Sir Joshua es un cabrón. Sólo se salva la prima de Olivia. Por lo menos, es la única que va con la verdad por delante. Los demás mienten para salvar el culo.
-Tania, no seas así de mal hablada. Te voy a lavar la boca con jabón, eh.
Un camarero acudió a atenderlas. Pidieron un Nescafé Capuccino. Estaba convirtiéndose en la bebida de moda.
El camarero regresó al cabo de unos minutos con la bandeja en la mano. Depositó dos tazas de Nescafé Capuccino delante de Ana y de Tania. Luego, se retiró. Ana tenía el libro abierto. Su amiga la miró con el ceño fruncido.
-A ti te pasa algo-observó Tania-Y tiene que ver con el bueno de Nando. ¿No es así? ¡Desembucha!
-¿Acaso piensas que leo para evadirme de la realidad?-se rió Ana.
-Don Quijote tenía ese defecto. Estaba obsesionado con las novelas de caballerías. Siempre he pensado que, en realidad, buscaba una forma de evadirse de sus problemas. Era un hidalgo que estaba en la ruina.
-En mi caso, no soy un hidalgo que esté en la ruina. Se trata de una relación que está en la ruina. Eso es todo.
-Las novelas románticas no te van a solucionar la vida. Al contrario...Te refugias en ellas. Te estás negando a crecer, Ani.
-De no ser por estas novelas, mi vida sería todavía más aburrida. ¿Te imaginas lo que sería vivir en La India hace cien años o más? A mí me gustaría ser como Olivia. Es muy decidida. La vuelven dura a base de golpes. Cae al suelo. Pero siempre se pone de pie.
-Y Nando es para ti tu Freddie Birkhust.
-Nando no sería como Freddie. Yo creo que sería como el novio que tiene Olivia en Sacramento al empezar la novela, el tal Greg. Nando es abstemio. Además, si te soy sincera, me cae bien Freddie. Me da mucha pena.
-Olivia se debate entre el amor de un cabrón y de un gilipollas. ¡Menudo novelón!
-Insisto. Te has vuelto una cínica. Eso no es bueno para la salud del corazón. Te impide abrirte al amor.
Tania bebió un sorbo de su taza de Nescafé Capuccino. Ana se echó a reír. A Tania le había quedado una especie de bigote encima del labio superior.
-Deberías de empezar a afeitarte-se burlo-¡Menudo mostacho te acaba de salir!
-¡Oh, cállate!-le espetó Tania.
Se limpió el falso bigotito con una servilleta de papel.
Ana se preguntó si su amiga tenía razón cuando le decía que se evadía de sus problemas a través de la lectura. Siempre había sido una lectora empedernida de novela romántica. Sin embargo, desde que se reconcilió con Nando, su afición había ido a más. Buscaba en las novelas románticas toda la pasión que no existía en su relación. ¡Y, encima, Nando estaba hablando de casarse!
¡Ni de coña!, pensó Ana.
Acabaría divorciándose de él a la semana justa de casarse.
-Por lo menos, tú no tienes problemas-suspiró Ana-No tienes novio.
El amor no debía de ser lo que había entre ella y Nando, pensó. Debía de haber pasión. Debía de ser eterno. Parecido a lo que había entre Olivia y Jai. Ana cerró el libro. Había pesar en sus ojos. Tocó la tapa del libro con delicadeza. Tiene que haber un Jai Raventhorne para mí en algún sitio. O un chico parecido a Freddie Birkhust. Los dos amaban a Olivia.
Bebió un sorbo de su taza de Nescafé Capuccino. No sentía nada cuando Nando la besaba. ¿Cómo podía seguir con él? Faltaba romanticismo en su relación. Faltaba pasión.
Estelle estaba sentada a la sombra de uno de los banianos que crecían en el jardín. Contemplaba cómo Clementine y King Charles jugaban a perseguirse. Sin embargo, sentía una desazón dentro de ella. Debía de estar contenta. Su cumpleaños se celebraría en pocas semanas. Cumplía dieciocho años. Pero no estaba ilusionada con aquella fiesta.
Para ella, debía de ser un cumpleaños muy especial. Por primera vez, su prima Olivia celebraría con ella un cumpleaños. Debo de estar haciéndome vieja, pensó Estelle. Una vez, un yogui le dijo que veía en ella un alma vieja. Estelle no entendió lo que había querido decirle aquel anciano. De pronto, vio cómo Olivia cruzaba el jardín como alma perseguida por el Diablo. Iba montada a lomos de una de las yeguas de las cuadras de sir Joshua, Jasmine. Estelle se puso de pie. Vio cómo Jasmine se ponía de pie sobre sus dos patas traseras al estar cerca de ella.
Después, Olivia desmontó de un ágil salto.
-¿Te has vuelto loca?-la regañó Estelle yendo hacia ella.
-¡Lo he conseguido!-trinó Olivia.
-¿El qué has conseguido? ¿Perder la cabeza?
-¡No, tonta! ¡He conseguido que Jasmine saltara la acequia!
Estelle miró a su prima con incredulidad.
-No me lo creo-afirmó-Nadie ha conseguido saltar nunca la acequia.
El rostro de Olivia reflejaba su satisfacción por haber conseguido su objetivo. Sin embargo, Estelle no terminaba de creérselo.
Nadie había conseguido nunca saltar la acequia. Ni siquiera Jai, que era un experto jinete.
Olivia estaba orgullosa de su logro. Con su caballo Dominó, había logrado saltar numerosas vallas.
Así se lo dijo a Estelle. La muchacha no sabía montar a caballo. Lo había intentado, pero tenía la sensación de que se iba a caer. Le gustaba ir a los establos. Le gustaba cepillarles el pelo. Le gustaba darles azucarillos.
Pero jamás había querido montar a lomos de un caballo.
-Ha sido sólo casualidad-afirmó Estelle-Has tenido buena suerte.
Olivia no lo veía del mismo modo que su prima. Era una amazona bastante experimentada. Estaba muy orgullosa de su éxito de aquella mañana. Estelle pensó que Olivia había nacido para dominar el mundo. La veía como una joven fuerte y segura de sí misma. Todo lo que yo no soy, pensó con tristeza. Le habría gustado parecerse más a ella. A sus ojos, Olivia era perfecta en todo.
-Tengo que escribirle a mi padre-decidió la joven.
-¿Le vas a escribir al tío Sean contándole que has saltado la acequia?-se asombró Estelle-¡Va a pensar que estás loca!
-¡Va a pensar que tiene la hija más valiente del mundo!
Riendo de alegría, Olivia echó a correr. Su padre siempre se había sentido orgulloso de sus logros. Estelle la vio meterse dentro de casa. ¡Ojala sea capaz algún día de montar a caballo!, pensó la chica. Por lo menos, tendré algo de lo que sentirme orgullosa.
Hoy, veremos la historia desde dos puntos de vista.
Conoceremos mejor a Ana. Pero también intentaremos conocer mejor a Estelle.
Ana se sentía culpable desde que decidió retomar su relación con Nando. Sabía que había cometido un terrible error. Incluso, creía que Nando tampoco estaba enamorado de ella. Sólo les unía la costumbre. Nada más...
En la tele, no hacían otra cosa más que hablar de los Juegos Olímpicos. Aún faltaba un año. Pero todo el mundo hablaba de lo mismo. No había más tema de conversación. Cuando Ana entró en la cafetería aquella tarde, la tele estaba encendida. Estuvo a punto de dar media vuelta y salir corriendo para no tener que ver al cansino de Cobi. Estaba ilusionada con los Juegos. Pero estaba harta de tanto oír hablar de ellos. Y de la Expo de Sevilla...Tenía pesadillas con Cobi y con Curro.
Había quedado con verse en aquella cafetería con Tania. Ya había pasado un par de meses desde que decidió darle una oportunidad a Nando.
Ana llevaba en la mano el libro que había comprado hacía poco en el Pryca.
Desde entonces, no lo había soltado ni un momento. Tenía ochocientas páginas.
Pero a Ana se le estaba haciendo infernalmente corto. Tenía la sensación de que había muchas cosas que contar en aquella historia.
Lo había leído en poco tiempo. No era capaz de soltarlo.
Bárbara le había dicho que se estaba obsesionando con él. A lo mejor, su hermana pequeña tenía razón. La mente de Ana no paraba de dar vueltas. Todos sus pensamientos conducían a un mismo lugar. A la Calcuta colonial que tan bien reflejaba Rebecca Ryman en su novela. Su mente se hacía muchas preguntas. Los personajes de la novela eran reales. Ana tenía la sensación de que estaban vivos. Que vivían en otra dimensión. En otro tiempo...Alguien le habría dicho que se había vuelto loca. Sin embargo, Ana no paraba de hacerse preguntas.
Quería saber más cosas.
¿Por qué lady Bridget no terminaba de hacer las paces con su hija Estelle? ¿Por qué Olivia no se sinceraba con su padre? ¿Qué había sido de Freddie Birkhust?
Tania aún no había entrado en la cafetería. Ana tomó asiento en la mesa del fondo, como hacía siempre. Tania llegaría y diría que aquella novela se estaba convirtiendo en su principal obsesión. Quizás, así era. Leer la ayudaba a viajar a otro tiempo. A otro lugar...Le permitía olvidarse de que estaba atrapada en una relación que no tenía salida. Abrió el libro casi desde el principio.
En aquel momento, entró Tania en la cafetería.
-¡Joder, Ana!-exclamó nada más verla-¿Otra vez?
La joven se puso de pie para saludarla y le dio dos besos en la mejilla.
-¡Tienes que leerlo, tía!-exclamó, entusiasmada-¡Es precioso!
Tania torció el gesto.
-Con éste, te ha dado bien fuerte-observó-¡No lo sueltas ni a tiros!
-Olivia es mi heroína-afirmó Ana. Se sentaron-Es muy fuerte. Sufre mucho. Pero siempre logra rehacerse y seguir adelante.
-Es una gilipollas-observó Tania-Yo de ella, le habría cortados los huevos a Jai. ¡Y, encima, va y lo perdona! Nunca tienen una conversación así. Seria...Ni él se sincera nunca con ella. ¿Qué tía se larga con un tío que nunca le cuenta la verdad?
-Jai ha sufrido mucho. Piensa en todo lo mal que lo pasó de pequeño.
-Sir Joshua es un cabrón. Sólo se salva la prima de Olivia. Por lo menos, es la única que va con la verdad por delante. Los demás mienten para salvar el culo.
-Tania, no seas así de mal hablada. Te voy a lavar la boca con jabón, eh.
Un camarero acudió a atenderlas. Pidieron un Nescafé Capuccino. Estaba convirtiéndose en la bebida de moda.
El camarero regresó al cabo de unos minutos con la bandeja en la mano. Depositó dos tazas de Nescafé Capuccino delante de Ana y de Tania. Luego, se retiró. Ana tenía el libro abierto. Su amiga la miró con el ceño fruncido.
-A ti te pasa algo-observó Tania-Y tiene que ver con el bueno de Nando. ¿No es así? ¡Desembucha!
-¿Acaso piensas que leo para evadirme de la realidad?-se rió Ana.
-Don Quijote tenía ese defecto. Estaba obsesionado con las novelas de caballerías. Siempre he pensado que, en realidad, buscaba una forma de evadirse de sus problemas. Era un hidalgo que estaba en la ruina.
-En mi caso, no soy un hidalgo que esté en la ruina. Se trata de una relación que está en la ruina. Eso es todo.
-Las novelas románticas no te van a solucionar la vida. Al contrario...Te refugias en ellas. Te estás negando a crecer, Ani.
-De no ser por estas novelas, mi vida sería todavía más aburrida. ¿Te imaginas lo que sería vivir en La India hace cien años o más? A mí me gustaría ser como Olivia. Es muy decidida. La vuelven dura a base de golpes. Cae al suelo. Pero siempre se pone de pie.
-Y Nando es para ti tu Freddie Birkhust.
-Nando no sería como Freddie. Yo creo que sería como el novio que tiene Olivia en Sacramento al empezar la novela, el tal Greg. Nando es abstemio. Además, si te soy sincera, me cae bien Freddie. Me da mucha pena.
-Olivia se debate entre el amor de un cabrón y de un gilipollas. ¡Menudo novelón!
-Insisto. Te has vuelto una cínica. Eso no es bueno para la salud del corazón. Te impide abrirte al amor.
Tania bebió un sorbo de su taza de Nescafé Capuccino. Ana se echó a reír. A Tania le había quedado una especie de bigote encima del labio superior.
-Deberías de empezar a afeitarte-se burlo-¡Menudo mostacho te acaba de salir!
-¡Oh, cállate!-le espetó Tania.
Se limpió el falso bigotito con una servilleta de papel.
Ana se preguntó si su amiga tenía razón cuando le decía que se evadía de sus problemas a través de la lectura. Siempre había sido una lectora empedernida de novela romántica. Sin embargo, desde que se reconcilió con Nando, su afición había ido a más. Buscaba en las novelas románticas toda la pasión que no existía en su relación. ¡Y, encima, Nando estaba hablando de casarse!
¡Ni de coña!, pensó Ana.
Acabaría divorciándose de él a la semana justa de casarse.
-Por lo menos, tú no tienes problemas-suspiró Ana-No tienes novio.
El amor no debía de ser lo que había entre ella y Nando, pensó. Debía de haber pasión. Debía de ser eterno. Parecido a lo que había entre Olivia y Jai. Ana cerró el libro. Había pesar en sus ojos. Tocó la tapa del libro con delicadeza. Tiene que haber un Jai Raventhorne para mí en algún sitio. O un chico parecido a Freddie Birkhust. Los dos amaban a Olivia.
Bebió un sorbo de su taza de Nescafé Capuccino. No sentía nada cuando Nando la besaba. ¿Cómo podía seguir con él? Faltaba romanticismo en su relación. Faltaba pasión.
Estelle estaba sentada a la sombra de uno de los banianos que crecían en el jardín. Contemplaba cómo Clementine y King Charles jugaban a perseguirse. Sin embargo, sentía una desazón dentro de ella. Debía de estar contenta. Su cumpleaños se celebraría en pocas semanas. Cumplía dieciocho años. Pero no estaba ilusionada con aquella fiesta.
Para ella, debía de ser un cumpleaños muy especial. Por primera vez, su prima Olivia celebraría con ella un cumpleaños. Debo de estar haciéndome vieja, pensó Estelle. Una vez, un yogui le dijo que veía en ella un alma vieja. Estelle no entendió lo que había querido decirle aquel anciano. De pronto, vio cómo Olivia cruzaba el jardín como alma perseguida por el Diablo. Iba montada a lomos de una de las yeguas de las cuadras de sir Joshua, Jasmine. Estelle se puso de pie. Vio cómo Jasmine se ponía de pie sobre sus dos patas traseras al estar cerca de ella.
Después, Olivia desmontó de un ágil salto.
-¿Te has vuelto loca?-la regañó Estelle yendo hacia ella.
-¡Lo he conseguido!-trinó Olivia.
-¿El qué has conseguido? ¿Perder la cabeza?
-¡No, tonta! ¡He conseguido que Jasmine saltara la acequia!
Estelle miró a su prima con incredulidad.
-No me lo creo-afirmó-Nadie ha conseguido saltar nunca la acequia.
El rostro de Olivia reflejaba su satisfacción por haber conseguido su objetivo. Sin embargo, Estelle no terminaba de creérselo.
Nadie había conseguido nunca saltar la acequia. Ni siquiera Jai, que era un experto jinete.
Olivia estaba orgullosa de su logro. Con su caballo Dominó, había logrado saltar numerosas vallas.
Así se lo dijo a Estelle. La muchacha no sabía montar a caballo. Lo había intentado, pero tenía la sensación de que se iba a caer. Le gustaba ir a los establos. Le gustaba cepillarles el pelo. Le gustaba darles azucarillos.
Pero jamás había querido montar a lomos de un caballo.
-Ha sido sólo casualidad-afirmó Estelle-Has tenido buena suerte.
Olivia no lo veía del mismo modo que su prima. Era una amazona bastante experimentada. Estaba muy orgullosa de su éxito de aquella mañana. Estelle pensó que Olivia había nacido para dominar el mundo. La veía como una joven fuerte y segura de sí misma. Todo lo que yo no soy, pensó con tristeza. Le habría gustado parecerse más a ella. A sus ojos, Olivia era perfecta en todo.
-Tengo que escribirle a mi padre-decidió la joven.
-¿Le vas a escribir al tío Sean contándole que has saltado la acequia?-se asombró Estelle-¡Va a pensar que estás loca!
-¡Va a pensar que tiene la hija más valiente del mundo!
Riendo de alegría, Olivia echó a correr. Su padre siempre se había sentido orgulloso de sus logros. Estelle la vio meterse dentro de casa. ¡Ojala sea capaz algún día de montar a caballo!, pensó la chica. Por lo menos, tendré algo de lo que sentirme orgullosa.
domingo, 18 de agosto de 2013
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Hola a todos.
Hoy, voy a subir un nuevo trozo de Un sueño hecho realidad.
Veremos cómo es la relación entre Ana y su novio Nando. A pesar de sus intentos, Ana no está enamorada de su novio y eso se nota mucho.
A la tarde siguiente, Ana fue a ver a Nando a su piso. Sus compañeros habían salido.
Hoy, voy a subir un nuevo trozo de Un sueño hecho realidad.
Veremos cómo es la relación entre Ana y su novio Nando. A pesar de sus intentos, Ana no está enamorada de su novio y eso se nota mucho.
A la tarde siguiente, Ana fue a ver a Nando a su piso. Sus compañeros habían salido.
Ana
había pasado la noche en vela. No podía soltar el libro. Había leído hasta el
capítulo nueve. Olivia había conocido al que sería el gran amor de su vida,
Jai. Todo el mundo le hablaba de él. El socio de su tío le había contado que
Jai había nacido en su casa. Que había sido un chaval hosco y poco sociable.
Que su madre no tenía pareja. Pero aquel hombre estaba mintiendo. Ana lo
intuía.
Nando
preparó palomitas. Él y Ana se sentaron ante la tele. Nando había alquilado un
vídeo. Se trataba de una película de acción. La Jungla de Cristal…
-¡Oh, no!-exclamó Ana al ver la carátula de la
cinta-¡Otra vez no!
-¡Pero si es una buena peli!-insistió Nando-¡Bruce
Willis se sale!
Se
acomodaron en el sofá. Ana no entendía bien de qué iba la película.
Un
policía va a buscar a su mujer al aeropuerto. De pronto, hay un secuestro por
parte de unos terroristas. Y el policía tenía que resolver la situación.
Ana
reprimió un bostezo. Nando, por el contrario, parecía estar entusiasmado.
Tendría
que haberme traído el libro, pensó Ana. Por lo menos, estaría entretenida.
Intentó hablarle a Nando de la novela. Pero su novio estaba más pendiente de
Bruce Willis que de ella. Ana se preguntó por millonésima vez el porqué había hecho caso a sus padres y a Tania. Fue ella la que habló con Nando acerca de volver.
Naturalmente, su novio se puso muy contento. Le juró y le perjuró que la había echado mucho de menos. A su modo, Nando quería a Ana.
Estaban juntos desde hacía muchos años.
No sentían el uno por el otro una gran pasión.
Aquella relación no se basaba en el amor.
Se basaba, más bien, en la costumbre. Estaban juntos más por inercia que por otra cosa. Ana se recostó en el sofá y vio cómo su novio gritaba, saltaba y se ilusionaba por una estúpida peli. Reprimió otro bostezo.
Por
suerte, la película terminó. Los amigos de Nando aún no habían vuelto.
-Soy todo tuyo-le dijo el joven a Ana mientras
apagaba el vídeo.
-Me he comprado una nueva novela-le contó la
muchacha-¡Tienes que leerla! ¡Es preciosa!
-No deberías de leer esas tonterías. Atrofían el cerebro. Está bien leer. Te recomiendo que leas. ¡Pero lee algo serio, joder! Además...Acuérdate
de que tienes un novio maravilloso. Yo…
Nando
se volvió a sentar al lado de Ana en el sofá.
-Me gusta leer esa clase de historias-insistió la
joven-¡Son preciosas!
-Apuesto veinte duros a que la novela que te has
comprado es un pestiño-auguró Nando.
-Te equivocas. Es una novela muy distinta a las
otras. La veo mucho más amarga que otras novelas.
-Adivino el final. Terminan juntos.
-Pero van a sufrir muchos. Y no hay malos en esta
historia.
-Él no quiere comprometerse por muchos motivos.
Querrá vengarse de la familia de ella.
-Pues sí…Parece que por ahí van los tiros.
-Me has contado esa historia como un trillón de
veces. Sólo cambian los nombres de la autoras. Y los títulos son algo chorra.
Como…Amor en la campiña inglesa…Pasión en
la aduana…Esas gilipolleces…
Ana
le golpeó con un cojín. Nando se reía.
-No se trata de esa clase de novelas estúpidas con
piratas macizorros sin cerebro-afirmó Ana-Hay algo en ella que la hace
distinta. Olivia no parece una heroína de las que se dejan doblegar. Está
enamorada de Jai. Pero él no quiere saber nada de ella. Aún así, la quiere. Se
ve que la quiere. Lo que no quiere es hacerle daño. Hay mucho odio en él.
-Ya…-bufó Nando-Como todos…
Ana
volvió a golpearle con el cojín.
Pasaron
la noche juntos.
Nando
quiso tener relaciones con ella. Ana se dejó hacer.
Nando
sabía besarla muy bien en los labios. En ese aspecto, Ana no podía quejarse. El
problema venía después.
Nando
no sabía en qué lugar del cuerpo de Ana podía poner sus labios. La acariciaba
con mucha torpeza. No sabía muy bien cómo debía de tocarla. Ana no sentía nada
cuando estaba entre los brazos de Nando. Cuando éste la abrazaba. De buena
gana, la cabeza de Ana habría buscado refugio en el pecho de su novio. Lo
habría abrazado. Pero se limitaba a dejarse hacer.
Nando
era un amante torpe y apresurado. Ana fingía sentir un gran placer cuando
estaba con él.
Había
aprendido a fingir. Se le daba muy bien. Nando quedaba satisfecho.
Pasaron toda la noche juntos. Nando se quedó dormido enseguida. A Ana, en cambio, le costó más trabajo conciliar el sueño. Escuchó cómo los compañeros de piso de su novio llegaban cantando 20 de abril del 90.
Desafinaban que daba pena oírles cantar.
Ana dio por sentado que volvían a casa borrachos. Escuchó la suave respiración de Nando. Su novio dormía de espaldas a ella. Se preguntó qué clase de relación tenían. Y también se preguntó cómo sería su vida de estar casados. Posiblemente, acabemos divorciados en menos de un año, pensó Ana.
A sus padres les daría un soponcio si se divorciaba. Estaban en contra del divorcio. Y también estaban en contra del aborto, recordó Ana. Una amiga suya y de Tania no pisaba desde hacía mucho su casa. El motivo era muy sencillo. La chica había abortado. Se había quedado embarazada. Pero decidió interrumpir su embarazo. Se lo contó a Ana y su madre, por casualidad, se enteró. Montó en cólera con ella.
Sus padres estaban chapados a la antigua. En lo que querían, claro. Hacían la vista gorda cuando Ana pasaba la noche fuera de casa con Nando. En su opinión, el joven era el yerno perfecto.
Ana se dio la vuelta en la cama. No era la primera vez que dormía en aquel piso. Pero su cabeza no paraba de funcionar. Se preguntó qué habría hecho Olivia de estar en su lugar. A lo mejor, se habría resistido a viajar a Calcuta. Habría terminado casada con el tal Greg, que era su novio en Sacramento. Habría llevado una vida muy aburrida. Bueno...Habría participado en rodeos y el tipo apodado El Dientes habría sido su entrenador personal.
Ana bufó.
Cuando volvió a casa, era ya de día. Entró por la puerta de la cocina.
Antes de entrar, se quitó los zapatos. Procuró hacer el menos ruido posible mientras subía la escalera. Pensó que todo lo que estaba haciendo era ridículo.
Sus padres ya sabían que había pasado la noche fuera. Incluso, sabían que había pasado la noche con Nando. Ana prefería olvidar la noche anterior.
Había sido una velada aburrida. Y la relación sexual posterior había sido aún más aburrida.
Entró en su habitación. La cama estaba hecha.
Consideró estúpida la idea de deshacer la cama y dar a entender que había dormido allí. Pero era lo que sus padres esperaban de ella.
Se sentó en la cama. Ana había pasado toda su vida haciendo lo que los demás esperaban de ella. Jamás había pensado en rebelarse. No había dormido nada en toda la noche. Comparaba su relación con Nando con la relación que mantenía Olivia con Jai. Llegó a la conclusión de que Nando, al lado de Jai Raventhorne, perdía muchos puntos.
Haría buena pareja con el imbécil del capitán Sturges, pensó Ana. Le caía mal el capitán que la autora había utilizado para emparejar a Estelle. Ella era una joven con mucho carácter. ¿En serio estaba enamorada de un pelele? Nando y John Sturges estaban cortados por el mismo patrón.
Nando besa igual de mal que el capitán Sturges, pensó Ana. Recordaba cuando Estelle, en su fiesta de cumpleaños, va a buscar a Olivia y le cuenta que John la ha besado. Y que, además, le ha metido la lengua en la boca. A lo bestia, pensó Ana. La reacción de Olivia no terminó de gustarle ni a Ana ni a Estelle. Se rió de su prima. ¿Cómo te besaba a ti el tal Greg?, pensó Ana. ¿Era muy bueno besándote?
Se puso de nuevo de pie. Se limitó a estirar un poco la colcha de su cama. Fue al armario a buscar ropa limpia. Necesitaba darse una larga ducha.
Olvidaría la velada de la noche anterior. Nando era un idiota. Pero era su novio.
Su relación estaba condenada al fracaso. Ana lo sabía. Sus padres lo sabían. Tania lo sabía. Pero tanto Tania como sus padres seguían negándose a admitir la evidencia. Ana no sabía ya qué hacer. Hasta el propio Nando parecía admitir la realidad. Su relación no iba a ninguna parte.
Nando besa igual de mal que el capitán Sturges, pensó Ana. Recordaba cuando Estelle, en su fiesta de cumpleaños, va a buscar a Olivia y le cuenta que John la ha besado. Y que, además, le ha metido la lengua en la boca. A lo bestia, pensó Ana. La reacción de Olivia no terminó de gustarle ni a Ana ni a Estelle. Se rió de su prima. ¿Cómo te besaba a ti el tal Greg?, pensó Ana. ¿Era muy bueno besándote?
Se puso de nuevo de pie. Se limitó a estirar un poco la colcha de su cama. Fue al armario a buscar ropa limpia. Necesitaba darse una larga ducha.
Olvidaría la velada de la noche anterior. Nando era un idiota. Pero era su novio.
Su relación estaba condenada al fracaso. Ana lo sabía. Sus padres lo sabían. Tania lo sabía. Pero tanto Tania como sus padres seguían negándose a admitir la evidencia. Ana no sabía ya qué hacer. Hasta el propio Nando parecía admitir la realidad. Su relación no iba a ninguna parte.
viernes, 9 de agosto de 2013
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Hola a todos.
En el trozo de hoy, os cuento más cosas acerca de Ana y de cómo nació su pasión por la novela romántica. En esta ocasión, veremos cómo Ana queda prendada de una novela y todo cambia para ella. Esa novela es Olivia y Jai.
Espero que os guste.
Ana siempre había sido una chica muy normal, a pesar de venir de familia adinerada. Tenía veinte años. Y su pasión era la novela romántica. Le gustaba la carrera que estaba estudiando de Filología Hispánica. Y se esforzaba en sacar buenas notas. Por supuesto, a Ana no le costaba nada trabajo sacar buenas notas porque siempre había sido una alumna seria y responsable. Era la mediana de tres hermanos. Y siempre había sido una hija obediente.
-Vámonos-anunció su padre.
Ana cerró el libro. Lo apretó muy fuerte contra sí.
-¿Te está gustando?-quiso saber Bárbara.
-¡Es precioso!-contestó Ana, emocionada.
En el trozo de hoy, os cuento más cosas acerca de Ana y de cómo nació su pasión por la novela romántica. En esta ocasión, veremos cómo Ana queda prendada de una novela y todo cambia para ella. Esa novela es Olivia y Jai.
Espero que os guste.
Ana siempre había sido una chica muy normal, a pesar de venir de familia adinerada. Tenía veinte años. Y su pasión era la novela romántica. Le gustaba la carrera que estaba estudiando de Filología Hispánica. Y se esforzaba en sacar buenas notas. Por supuesto, a Ana no le costaba nada trabajo sacar buenas notas porque siempre había sido una alumna seria y responsable. Era la mediana de tres hermanos. Y siempre había sido una hija obediente.
Al
llegar a la adolescencia, Ana descubrió las novelas románticas a través de una
vecina que le regaló unas cuantas novelitas de la colección Gaviota que había adquirido a través de
la revista Garbo, que compraba una
vez a la semana. La mujer fue a ver a Ana un día en que la chica estaba
guardando reposo en su habitación. Tenía un poco de fiebre. Se trataba de un
simple resfriado. Ana no paraba de estornudar. Su padre estaba trabajando. Sus
hermanos estaban en clase. Y su madre había bajado a la cocina. La oyó discutir
con la chacha. La acabará echando, pensó Ana. Las chicas que trabajaban en su
casa limpiándola duraban apenas un suspiro. Su madre era muy intransigente con
ellas.
-¡Hola, Anita!-la saludó la vecina, entrando en la
habitación-¿Cómo estás hoy? Espero que estés un poquito mejor. ¿No?
A
modo de respuesta, Ana estornudó. Se sonó con un pañuelo de papel. Su vecina
frunció el ceño.
-Tengo la nariz entaponada-se quejó la chica-Me echo
gotas. ¡Y sigue entaponada! ¡Me voy a volver loca!
La
vecina se sentó a su lado en la cama.
-Esto no es nada-le aseguró-Ya verás cómo se te pasa
en un periquete.
-Eso espero-afirmó Ana.
-Dime una cosa. ¿Te aburres?
-¡Por supuesto que me aburro! Pongo la tele. Por las
mañanas, veo a Jesús Hermida. Pero…¡Me mareo con sólo verle! ¿Es que no puede
tener la cabeza quieta ni un segundo?
La vecina se echó a reír.
-Bueno, te he traído una cosa-dijo-Espero que te
guste. Es para que te distraigas.
-¿Qué me has traído?-quiso saber Ana.
Su
rostro se tornó animado.
-¡Mira!-exclamó la vecina.
Le
tendió una bolsa. Estaba llena de novelitas de la colección Gaviota. Ana la miró con extrañeza.
¿Para qué iba a querer ella esas novelas? Era un poco raro.
-¡Pero si son muy cortitas!-insistió la vecina-¡No
llegan ni a las 120 hoja! Se leen en un periquete.
Ana
le agradeció el regalo. Empezó a leer una de aquellas novelitas. Se llamaba Sentimientos al desnudo. Pronto, quedó
atrapada en la trama. En los personajes…Un empresario es secuestrado. La
familia vive horas de agonía. La amante del empresario lo está pasando peor que
la mujer. La hija se enamora del policía que investiga el caso. Al terminar de
leer la historia, Ana quería más.
De
aquella manera, nació su pasión por la novela romántica. Leía todos los libros
de aquel género que caían en sus manos. Poco le importaban si eran de 100
hojas. O si tenían 900 hojas. Los leía todos.
Ana
estaba saliendo con Nando, un chico al que conocía desde siempre. Estaba
estudiando Ingeniería en la Universidad de Murcia. Sus padres estaban
encantados con aquella relación. Decían que hacían una bonita pareja.
En
opinión de su amiga Tania, Nando era el yerno que toda madre desearía tener. El
novio ideal para una chica…Ana así lo había creído durante los primeros años de
noviazgo. ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? Casi toda la vida…
Nando
poseía una bonita y encantadora sonrisa con unos dientes blancos impolutos. Sus
ojos eran de color negro. Y su cabello era de color negro como el azabache.
Todo en él era perfecto. Por supuesto, Ana había tenido relaciones sexuales con
él. Dentro de su coche…Nando vivía en un piso compartido con otros estudiantes
en la Calle del Carmen. Cuando Ana iba a verle, sus compañeros de piso (que
eran dos) se ponían a decir burradas. Le decían burradas a Ana.
La
chica no entendía nada. Nando le decía que sus compañeros estaban drogados. O
borrachos…O que hacía tiempo que no mojaban. Y se volvían locos al ver a una
chica guapa.
Ana
no se consideraba así misma como guapa, especialmente, cuando pensaba en su
amiga Tania y en otras chicas de su grupo de amigas con el que estaba saliendo
desde que llegó a la adolescencia, antes de descubrir las novelas románticas.
Ana siempre había pasado desapercibida. Sentía que no tenía nada que hacer
cuando estaba al lado de Tania.
Su
amiga era una joven dotada con un físico espectacular. Su sueño era ser modelo,
pero sus padres se lo tenían prohibido. Obviamente, Tania no se había rebelado
nunca contra ellos.
Tania
era de estatura más bien mediana, como Ana. Era delgada, aunque estaba bien
proporcionada. Sus facciones eran muy finas. Sus ojos eran de color azul
intenso. Y su cabello era de color negro intenso, pero lo llevaba siempre
corto. Cuando cumplió catorce años, Tania se cortó el pelo. Nunca más se lo dejó
crecer.
Tania había estado saliendo con un chico hasta hacía
muy poco. Era un pésimo amante, en su opinión. No sabía qué partes de su cuerpo
debía de tocar cuando tenían relaciones íntimas. Y tampoco sabía besarla como
era debido.
La
noche en que cortaron, Tania llamó a Ana para contárselo.
-¡Por fin lo he dejado!-suspiró Tania en cuanto su
amiga descolgó-¡Paso de los tíos! Ni uno solo vale la pena.
-Bueno…-quiso decir Ana.
-El único tío que vale la pena se llama Nando. Y te
aconsejo que lo cuides. Hay mucha lagarta por ahí suelta.
-Tania…
Su
amiga había colgado. Tania estaba muy enfadada. Había mucha rabia en su voz.
Ana se quedó preocupada por su amiga. Tania era muy alocada. Muy impulsiva…
Ana
siempre había sido la más callada de su pandilla. No poseía una belleza
espectacular. Pero no era nada fea. Se podía decir que era una chica del
montón. Poseía una larga melena de color castaño. Como el chocolate…Sus ojos
eran de color castaño claro. Era de estatura mediana. Cuando salían todos en
pandilla, Ana era la que menos hablaba del grupo y prefería escuchar lo que
decían los demás. Nando decía que era muy dulce.
A
Ana le costaba mucho trabajo abrirse a los demás. Incluso, cuando estaba con
sus amigos, le costaba trabajo entablar conversación con alguno de ellos porque
sentía que no tenía nada en común con ellos. Que venían de mundos distintos. La
única que hacía un esfuerzo por llegar a entenderla era su amiga Tania, a la
que le podía contar todo lo que le pasaba. Pero no siempre podía ser del todo
sincera con ella. Había cosas que Tania no entendía. Como su pasión por la
novela romántica…
Ana
disfrutaba con aquellas lecturas en la intimidad de su habitación. Se imaginaba
así misma siendo la protagonista de aquellas apasionadas historias de amor. Su
subgénero favorito en la novela romántica era la novela romántica-histórica.
Especialmente, aquellas novelas que transcurrían en el siglo XIX eran sus
favoritas. En ocasiones, no salía con sus amigos por leer la última novela que
había comprado.
Una
tarde, ella, sus padres y su hermana menor, Bárbara, fueron de compras al Pryca.
Bárbara
se encaprichó de un suéter que vio.
-Tú ya tienes muchos-afirmó su madre.
-¡Pero es muy bonito!-insistió Bárbara-¿Te has
fijado en el color?
-Mujer…-intervino el padre-Un suéter…No creo que la
niña esté pidiendo demasiado.
Mientras
sus padres hablaban con Bárbara, Ana se escaqueó hasta la sección de libros.
Entonces,
lo vio.
El
rostro sugerente de una mujer hermosa…El rostro atormentado de un hombre de
piel morena…
La
gente pasaba por al lado de aquel libro.
No
le hacía mucho caso. Pero aquella portada despertó la curiosidad de Ana. Se
acercó a él. Lo cogió entre sus manos.
Leyó
el título. Olivia y Jai…Su autora se
llamaba Rebecca Ryman. Leyó el argumento en la contraportada.
Una
novela romántica que transcurría en La India colonial.
Tengo
que leerlo, decidió Ana. Tiene muy buena pinta. No dejó el libro en su sitio.
Fue corriendo a buscar a sus padres y a su hermana. Su madre frunció el ceño al
verla llegar con el libro.
-¿Otra novela?-se angustió-¡Tu habitación parece la
biblioteca!
-Mujer…-intervino su padre-Déjala que se lo compre.
No hace daño a nadie.
-¡Gracias!-exclamó Ana.
-¿Y qué pasa con mi suéter?-insistió Bárbara-¿Me lo
vais a comprar? ¿O no me lo vais a comprar?
Comieron
en el Pryca.
Dieron
cuenta cada uno de un plato de calamares a la romana. Bárbara sorbía
ruidosamente con su pajita su vaso de Coca-Cola. Su madre la regañó. Su padre,
como de costumbre, parecía estar en Babia. Faltaba su hermano. Había salido con
su novia. Iban a casarse en breve. Ana abrió el libro. Pensó que a su hermano
no se le veía nada contento con su futuro enlace. No quiere a su novia, pensó.
Empezó
a leer. Lo primero que quería era saber si la novela que había comprado valía
la pena. ¡2.000 pesetas le había costado!
La ciudad estaba abrasada por la canícula.
Las
nubes monzónicas, preñadas de lluvia, reverberaban y gruñían por los cielos
inflamados de peltre. La bóveda de la tarde, igual que una manta saturada de
humedad, se cernía opresiva sobre la tierra y caía encima de los cuerpos y de
los espíritus, doblegando incluso la voluntad de los más fuertes.
Ana
pensó que no pintaba nada mal la cosa. Le gustó la descripción que la autora
hizo del clima en Calcuta. Tuvo la sensación de que conocía bastante bien
aquella ciudad. Fue sólo una simple sensación. Nunca había salido de Murcia más
que para viajar a La Manga. Sus padres pasaban allí las vacaciones. Las
excursiones escolares no contaban. Y Ana estaba precisamente con aquel dichoso resfriado cuando
su clase se marchó de viaje de estudios. Es curioso, pensó Ana. De haberme ido de viaje de estudios, no habría leído una novela romántica. No habría guardado reposo. Mi vida seguiría siendo como era antes. No habría descubierto lo que más me gusta. Mi verdadera pasión...
Eso
había servido para conocer su verdadera pasión. La novela romántica…La había
salvado del aburrimiento. La había consolado por no haber podido viajar a Roma.
No había visto el Coliseo. Pero había soñado despierta con aquellas hermosas
historias de amor.
Me gustaría
conocer Calcuta, pensó Ana.
-No leas ahora-se angustió su madre-¿No ves que vas
a manchar el libro?
-¡No veo la hora de empezar a leerlo!-se emocionó
Ana-¡Tiene muy buena pinta!
-¿De qué trata?-se interesó Bárbara.
-Es una historia de amor-le explicó Ana-Transcurre
en Calcuta, cuando La India era todavía colonia inglesa. Describe muy bien el
clima de la ciudad antes de la llegada del monzón.
-El que mejor puede hablar de los climas es José
Antonio Maldonado-aseguró Bárbara-¿También sale en el libro?
-No creo que salga. Pero sí sale una mujer que se
llama lady Bridget.
-¿Es familia de lady Di?
-No lo creo.
Ana
se sumergió en la lectura. Sonrió al imaginar a Olivia, la protagonista de
aquella novela, metida dentro de la acequia. Era una loca temeraria que había
querido saltar de nuevo la acequia. Su prima Estelle se rió como una loca al
verla toda mojada.
Llevaba a su cachorro King Charles en brazos. Se refirió a Olivia como Miss Temeraria.
La
actitud de lady Bridget le pareció a Ana muy exagerada. Olivia dijo:
-¡Maldita sea!
Estaba condenadamente segura de que Jasmine conseguiría saltar la acequia.
Jasmine era el nombre de la yegua que estaba montando
Olivia. Lady Bridget era la tía materna de Olivia. Y Estelle era la hija de
lady Bridget. Por lo visto, para la estirada dama una palabrota era condenadamente. Pensó que, posiblemente,
lady Bridget sufriría un infarto de conocer a los malhablados compañeros de
piso de Nando. El pensamiento la hizo sonreír. -Vámonos-anunció su padre.
Ana cerró el libro. Lo apretó muy fuerte contra sí.
-¿Te está gustando?-quiso saber Bárbara.
-¡Es precioso!-contestó Ana, emocionada.
sábado, 3 de agosto de 2013
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Hola a todos.
El trozo de hoy de Un sueño hecho realidad nos presenta a Ana, la chica que está a punto de jugar un papel muy importante en la vida de Daniel.
Ana es una enamorada de las novelas románticas. Su pasión por este género trae de cabeza a su familia y a sus amigos, quienes no siempre la entienden.
¡Vamos a verlo!
En los primeros días de enero del nuevo año 1991, Ana Elena Hidalgo disfrutaba de su regalo de Reyes. Su madre, sabedora de que su pasión era la novela romántica, le había regalado un libro de unas 500 páginas. Se llamaba Una rosa en invierno y su autora era Kathleen Woodiwiss. Estaba entusiasmada con aquel regalo. Disfrutaba leyendo una buena novela romántica. Era su pasión.
Ana era una fiel lectora de novela romántica desde que era prácticamente una adolescente. Había empezado leyendo las novelitas de la colección Gaviota, que su madre conseguía con la revista Garbo o comprando Pronto. Ana se sentó en su cama. Puso las piernas encima del colchón. En el fondo, estaba deseando vivir una aventura romántica como las que ella solía leer. ¿Por qué, si no, había roto con Nando? A los ojos de sus padres, era el novio perfecto.
Se conocían desde hacía muchos años.
Ya todo el mundo daba por hecho que se iban a casar. ¿Cuándo había pensado Ana en casarse con él? Nando era un chico agradable. Le gustaba estar con él. Le agradaba. Podía ser un buen amigo. Pero no lo amaba.
Ana tuvo que admitir que tenían razón. Nando era el chico adecuado para ella. Compañero suyo desde que iban al colegio...Habían ido juntos al mismo instituto. Habían sido novios durante años. Pero...
Ana tuvo que admitir ante sí misma que no sentía nada cuando Nando la besaba en la boca.
Ella deseaba vivir una historia de amor apasionado, como las novelas que solía leer.
Se le escapó un romántico suspiro de su garganta. Kathleen Woodiwiss no era una de sus autoras favoritas. Había leído novelas suyas que habían empezado con los protagonistas violando a las protagonistas. Eso, más que arrancarle suspiros románticos, le había provocado gritos de terror. Sí, quería vivir una aventura como las que solía leer. ¡Pero no quería vivir un romance con un violador!
Ana tenía veinte años. Estaba estudiando el segundo año de Filología Hispánica en la Universidad. Hacía mucho frío aquel día. A través de la ventana de su habitación, Ana vio cómo empezaban a caer los primeros copos de nieve. Vivía en pleno centro de Murcia.
Pensó de nuevo en Nando.
Él seguía enamorado de ella. Pero Ana lo achacaba a la costumbre.
¿Cuánto tiempo hacía que eran pareja? Empezaron a salir juntos cuando iban al instituto. Sus padres se mostraron encantados con la idea. El padre de Nando había hecho algunos negocios exitosos con el padre de Ana.
-Cuando crezcan, podrían casarse-sugería el padre de ella.
Una buena idea...
Nando y Ana habían jugado juntos cuando eran pequeños. Eran casi vecinos, pues Nando vivía en la calle de detrás de donde vivía Ana. Incluso, el hermano mayor de Ana se había casado con la hermana menor de Nando. Cerró el libro con gesto cansado. Nando insistía en querer volver con ella. No entendía el porqué de aquella ruptura. ¿Debía de darle una oportunidad?
Alguien golpeó suavemente a la puerta. Entró en la habitación la mejor amiga de Ana, Tania Larraz.
Tania tenía el cabello corto oscuro.
Era alegre. Pero, al mismo tiempo, era muy seria.
Tania y Ana eran mucho más que amigas. Eran casi como hermanas.
-Hola, Tani-la saludó Ana-Me alegro de verte.
-¿Qué tal llevas el día?-le preguntó la aludida.
Ana se encogió de hombros. Abrazó con cariño a su amiga.
-No lo llevo del todo mal-respondió. Se separó de ella. Le enseñó la novela que había adquirido-¡Mira! Creo que los Reyes Magos han sido generosos conmigo este año.
-Veo que ya has abierto tu regalo de Reyes-observó Tania sonriente.
Ana se sentó en la cama. Se fijó en que Tania llevaba puesto un suéter nuevo. De color beige...
-Tú tampoco has perdido el tiempo-observó Ana, risueña.
Tania se sentó a su lado en la cama.
-Tu padre dice que estás perdiendo el tiempo con esas tonterías románticas-le recordó.
-Mi padre no ha encajado bien mi ruptura con Nando-se lamentó Tania.
-Aún no entiendo el porqué has cortado con él, Ani. Mira, es guapo. Es inteligente. Cuando termine la carrera de Económicas, tendrá un trabajo fijo en la empresa de su padre. El cual, además, ha sido socio del tuyo. Tu madre y la madre de Nando son íntimas amigas. Hacíais una pareja estupenda. ¿Por qué has roto con él?
-Porque no le quiero.
-De sueños no se vive, Ani. Hay que vivir con los pies en La Tierra. Ser realista. Nando te quiere. Y tú también lo quieres. No es amor. Pero se le puede aparecer. Los Príncipes Azules no existen. No aparecen de la nada en un caballo blanco. Son tonterías.
-Yo quiero ser amada.
Tania elevó la vista al cielo.
Ella y Ana se conocían desde que eran niñas. Cuando Ana no estaba en la casa de Tania era porque Tania estaba en la casa de Ana.
Eran mucho más que dos buenas amigas. Eran casi como hermanas. Se lo contaban todo.
Ana tenía unos hermosos ojos de color verde esmeralda. Su rostro tenía forma de corazón. Tania la admiraba. De su grupo de amigas, Ana era la más guapa. Todas las cabezas se giraban a su paso.
Tenía el cabello ondulado y largo hasta la cintura, de color chocolate. Todos decían de ella que llenaba de luz los lugares por donde iba. Ana decía que eso no era cierto. No quería fijarse en las miradas que se posaban en ella cuando entraba en la disco. O cuando entraba en el aula de la Universidad.
Era una de las mejores estudiantes de su curso.
El curso anterior, había obtenido varias matrículas de honor. Los padres de Ana estaban muy orgullosos de ella. Era obediente y muy responsable. Rara vez habían tenido que llamarla al orden. Excepto cuando decidió romper con Nando por un tonto capricho romántico. Según ellos, claro, porque Ana no lo veía del mismo modo.
Desde siempre, Tania había sido un poco más cínica que Ana. Su primer desengaño amoroso fue a la tierna edad de trece años. Desde entonces, parecía desconfiar de todo el mundo. Los años la habían vuelto aún más cínica. Los años y las numerosas rupturas amorosas que llevaba a sus espaldas. Cada vez que Tania entregaba el corazón, se lo rompían. Había creado una especie de escudo para protegerse de los hombres. Vivía blindada con aquel escudo de cinismo y de dureza.
En el fondo, envidiaba el romanticismo de Ana.
-Vas a acabar como el Quijote-le advirtió.
Ana se encogió de hombros.
-No me puedo creer que te hayas vuelto tan escéptica-observó.
-Tío que ha pasado por mi vida, tío que me ha jodido-le recordó Tania.
-Bueno, no todos los tíos son así. Si quieres, puedes ligarte a Nando.
-No, gracias. Está muy pillado por ti. Deberías de darle otra oportunidad.
-No se trata de darle una oportunidad o de darle cuarenta oportunidades. Se trata de lo que yo sienta, Bego. Y yo no siento nada por Nando. Excepto cariño...
-Eso es bueno. El cariño es un sentimiento muy bonito.
Ana se dijo que Tania era igual que sus padres. Le estaba diciendo que debía de volver a ser novia de Nando.
A lo mejor, todos tienen razón, se dijo Ana.
¿Por qué no intentaba ser feliz a su lado? Nando siempre había sido muy bueno y muy cariñoso con ella. A lo mejor, no era el tío más romántico del mundo. Pero estaba segura de que no había por ahí muchos tíos románticos.
Aún así, Ana sabía que ella y Nando no durarían mucho tiempo si se decidía a intentarlo de nuevo.
¿Qué era lo que iba a intentar? ¿Sentir un hormigueo en la tripa cada vez que le veía? ¿Sentir cómo su corazón se aceleraba cuando hablaba por teléfono con él? Ana nunca había estado con ningún otro chico. Sólo había besado a un chico y ese chico era Nando. No tenía con quién comparar. Era penoso.
-Lo pensaré-decidió Ana.
-¿Lo dices en serio?-inquirió Tania.
-En serio...Sí...
Por toda respuesta, Tania le dio un beso en la mejilla a Ana.
-No te vas a arrepentir-le aseguró.
-No te creas-admitió Ana-Ya me estoy arrepintiendo.
El trozo de hoy de Un sueño hecho realidad nos presenta a Ana, la chica que está a punto de jugar un papel muy importante en la vida de Daniel.
Ana es una enamorada de las novelas románticas. Su pasión por este género trae de cabeza a su familia y a sus amigos, quienes no siempre la entienden.
¡Vamos a verlo!
En los primeros días de enero del nuevo año 1991, Ana Elena Hidalgo disfrutaba de su regalo de Reyes. Su madre, sabedora de que su pasión era la novela romántica, le había regalado un libro de unas 500 páginas. Se llamaba Una rosa en invierno y su autora era Kathleen Woodiwiss. Estaba entusiasmada con aquel regalo. Disfrutaba leyendo una buena novela romántica. Era su pasión.
Ana era una fiel lectora de novela romántica desde que era prácticamente una adolescente. Había empezado leyendo las novelitas de la colección Gaviota, que su madre conseguía con la revista Garbo o comprando Pronto. Ana se sentó en su cama. Puso las piernas encima del colchón. En el fondo, estaba deseando vivir una aventura romántica como las que ella solía leer. ¿Por qué, si no, había roto con Nando? A los ojos de sus padres, era el novio perfecto.
Se conocían desde hacía muchos años.
Ya todo el mundo daba por hecho que se iban a casar. ¿Cuándo había pensado Ana en casarse con él? Nando era un chico agradable. Le gustaba estar con él. Le agradaba. Podía ser un buen amigo. Pero no lo amaba.
Ana tuvo que admitir que tenían razón. Nando era el chico adecuado para ella. Compañero suyo desde que iban al colegio...Habían ido juntos al mismo instituto. Habían sido novios durante años. Pero...
Ana tuvo que admitir ante sí misma que no sentía nada cuando Nando la besaba en la boca.
Ella deseaba vivir una historia de amor apasionado, como las novelas que solía leer.
Se le escapó un romántico suspiro de su garganta. Kathleen Woodiwiss no era una de sus autoras favoritas. Había leído novelas suyas que habían empezado con los protagonistas violando a las protagonistas. Eso, más que arrancarle suspiros románticos, le había provocado gritos de terror. Sí, quería vivir una aventura como las que solía leer. ¡Pero no quería vivir un romance con un violador!
Ana tenía veinte años. Estaba estudiando el segundo año de Filología Hispánica en la Universidad. Hacía mucho frío aquel día. A través de la ventana de su habitación, Ana vio cómo empezaban a caer los primeros copos de nieve. Vivía en pleno centro de Murcia.
Pensó de nuevo en Nando.
Él seguía enamorado de ella. Pero Ana lo achacaba a la costumbre.
¿Cuánto tiempo hacía que eran pareja? Empezaron a salir juntos cuando iban al instituto. Sus padres se mostraron encantados con la idea. El padre de Nando había hecho algunos negocios exitosos con el padre de Ana.
-Cuando crezcan, podrían casarse-sugería el padre de ella.
Una buena idea...
Nando y Ana habían jugado juntos cuando eran pequeños. Eran casi vecinos, pues Nando vivía en la calle de detrás de donde vivía Ana. Incluso, el hermano mayor de Ana se había casado con la hermana menor de Nando. Cerró el libro con gesto cansado. Nando insistía en querer volver con ella. No entendía el porqué de aquella ruptura. ¿Debía de darle una oportunidad?
Alguien golpeó suavemente a la puerta. Entró en la habitación la mejor amiga de Ana, Tania Larraz.
Tania tenía el cabello corto oscuro.
Era alegre. Pero, al mismo tiempo, era muy seria.
Tania y Ana eran mucho más que amigas. Eran casi como hermanas.
-Hola, Tani-la saludó Ana-Me alegro de verte.
-¿Qué tal llevas el día?-le preguntó la aludida.
Ana se encogió de hombros. Abrazó con cariño a su amiga.
-No lo llevo del todo mal-respondió. Se separó de ella. Le enseñó la novela que había adquirido-¡Mira! Creo que los Reyes Magos han sido generosos conmigo este año.
-Veo que ya has abierto tu regalo de Reyes-observó Tania sonriente.
Ana se sentó en la cama. Se fijó en que Tania llevaba puesto un suéter nuevo. De color beige...
-Tú tampoco has perdido el tiempo-observó Ana, risueña.
Tania se sentó a su lado en la cama.
-Tu padre dice que estás perdiendo el tiempo con esas tonterías románticas-le recordó.
-Mi padre no ha encajado bien mi ruptura con Nando-se lamentó Tania.
-Aún no entiendo el porqué has cortado con él, Ani. Mira, es guapo. Es inteligente. Cuando termine la carrera de Económicas, tendrá un trabajo fijo en la empresa de su padre. El cual, además, ha sido socio del tuyo. Tu madre y la madre de Nando son íntimas amigas. Hacíais una pareja estupenda. ¿Por qué has roto con él?
-Porque no le quiero.
-De sueños no se vive, Ani. Hay que vivir con los pies en La Tierra. Ser realista. Nando te quiere. Y tú también lo quieres. No es amor. Pero se le puede aparecer. Los Príncipes Azules no existen. No aparecen de la nada en un caballo blanco. Son tonterías.
-Yo quiero ser amada.
Tania elevó la vista al cielo.
Ella y Ana se conocían desde que eran niñas. Cuando Ana no estaba en la casa de Tania era porque Tania estaba en la casa de Ana.
Eran mucho más que dos buenas amigas. Eran casi como hermanas. Se lo contaban todo.
Ana tenía unos hermosos ojos de color verde esmeralda. Su rostro tenía forma de corazón. Tania la admiraba. De su grupo de amigas, Ana era la más guapa. Todas las cabezas se giraban a su paso.
Tenía el cabello ondulado y largo hasta la cintura, de color chocolate. Todos decían de ella que llenaba de luz los lugares por donde iba. Ana decía que eso no era cierto. No quería fijarse en las miradas que se posaban en ella cuando entraba en la disco. O cuando entraba en el aula de la Universidad.
Era una de las mejores estudiantes de su curso.
El curso anterior, había obtenido varias matrículas de honor. Los padres de Ana estaban muy orgullosos de ella. Era obediente y muy responsable. Rara vez habían tenido que llamarla al orden. Excepto cuando decidió romper con Nando por un tonto capricho romántico. Según ellos, claro, porque Ana no lo veía del mismo modo.
Desde siempre, Tania había sido un poco más cínica que Ana. Su primer desengaño amoroso fue a la tierna edad de trece años. Desde entonces, parecía desconfiar de todo el mundo. Los años la habían vuelto aún más cínica. Los años y las numerosas rupturas amorosas que llevaba a sus espaldas. Cada vez que Tania entregaba el corazón, se lo rompían. Había creado una especie de escudo para protegerse de los hombres. Vivía blindada con aquel escudo de cinismo y de dureza.
En el fondo, envidiaba el romanticismo de Ana.
-Vas a acabar como el Quijote-le advirtió.
Ana se encogió de hombros.
-No me puedo creer que te hayas vuelto tan escéptica-observó.
-Tío que ha pasado por mi vida, tío que me ha jodido-le recordó Tania.
-Bueno, no todos los tíos son así. Si quieres, puedes ligarte a Nando.
-No, gracias. Está muy pillado por ti. Deberías de darle otra oportunidad.
-No se trata de darle una oportunidad o de darle cuarenta oportunidades. Se trata de lo que yo sienta, Bego. Y yo no siento nada por Nando. Excepto cariño...
-Eso es bueno. El cariño es un sentimiento muy bonito.
Ana se dijo que Tania era igual que sus padres. Le estaba diciendo que debía de volver a ser novia de Nando.
A lo mejor, todos tienen razón, se dijo Ana.
¿Por qué no intentaba ser feliz a su lado? Nando siempre había sido muy bueno y muy cariñoso con ella. A lo mejor, no era el tío más romántico del mundo. Pero estaba segura de que no había por ahí muchos tíos románticos.
Aún así, Ana sabía que ella y Nando no durarían mucho tiempo si se decidía a intentarlo de nuevo.
¿Qué era lo que iba a intentar? ¿Sentir un hormigueo en la tripa cada vez que le veía? ¿Sentir cómo su corazón se aceleraba cuando hablaba por teléfono con él? Ana nunca había estado con ningún otro chico. Sólo había besado a un chico y ese chico era Nando. No tenía con quién comparar. Era penoso.
-Lo pensaré-decidió Ana.
-¿Lo dices en serio?-inquirió Tania.
-En serio...Sí...
Por toda respuesta, Tania le dio un beso en la mejilla a Ana.
-No te vas a arrepentir-le aseguró.
-No te creas-admitió Ana-Ya me estoy arrepintiendo.
jueves, 1 de agosto de 2013
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Aquí os dejo con el segundo fragmento del primer capítulo de Un sueño hecho realidad. Se trata del fanfic que escribí hace siglos de Olivia y Jai. Sé que habrá quién se pregunte qué narices pinta un madrileño de principios de los noventa en el fanfic de una novela romántica (que es mucho más que una simple novela romántica, lo sé) que transcurre en La India colonial del siglo XIX. Todas vuestras preguntas tendrán su contestación poco a poco.
Aquí os dejo con otro fragmento. Espero que os guste. ¡No os olvidéis de comentar! ¡A ver qué pifias he cometido!
Era el día de Nochebuena y él lo estaba pasando lejos de casa. No quiso pensar que sería la primera Nochebuena en siete años que no pasaría con Alejandra. Siempre había pasado la Navidad con ella. Desde que tenía uso de razón. Cuando se enamoraron. Desde entonces, habían sido inseparables.
Su mente volvía atrás en el tiempo.
Él y Alejandra habían empezado a salir en septiembre.
Era la Nochebuena del año 1983.
Daniel recordaba haber ayudado a la chica que iba a limpiar su casa a decorar el Árbol de Navidad. Como siempre, su casa estaba muy adornada.
Daniel cenó en compañía de sus padres, de sus tíos y de sus primos. Sin embargo, apenas abrió la boca durante el transcurso de la cena. Veía las mismas caras que veía todos los años. No se cantaban villancicos. Incluso, sus primos más pequeños ni se atrevían a reír. El ambiente que reinaba en su casa era muy frío. Pero Daniel pensó en que lo esperaban sus colegas una vez terminado de cenar el pavo.
Irían a pedir el aguinaldo de puerta en puerta.
Sus padres habían accedido a dejarle ir. Sin embargo, se quejaban de que pedir el aguinaldo sólo lo hacían los pobres.
Al terminar la cena, Daniel felicitó las Pascuas a sus tíos y a sus primos. Se puso el abrigo y la bufanda.
Sus colegas lo estaban esperando en el jardín. Alejandra estaba con ellos. El verla animó la Nochebuena a Daniel. Salió corriendo de su casa. Al llegar a la altura de Alejandra, le dio un beso suave en los labios. Sus colegas empezaron a dar grititos.
-¡Callaos, gilipollas!-les increpó Daniel.
Aquella primera Nochebuena con ella fue divertidísima. Lejos de sus padres...Y al lado de Alejandra...Un sueño hecho realidad, pensó.
Salieron todos en pandilla a cantar villancicos por toda la urbanización.
Alejandra estaba muy guapa con su gorrito de Papá Noel.
Daniel y ella se besaron muchas veces. Él había puesto muérdago en puntos estratégicos del recorrido.
-¡Mira!-le indicaba-¡Muérdago!
-Hay que cumplir con la tradición-decía Alejandra.
-Tienes razón. ¡Venga, vamos!
Y se besaban. Alejandra se echaba a reír cuando se separaban. Tenía la risa más bonita que Daniel jamás había oído. Se cogían de la mano y echaban a correr. Sus amigos les llevaban mucha distancia. No podían estar muy alejados de ellos.
-Soy feliz-le dijo Alejandra.
Daniel pensó que había muerto y que había subido al Cielo. Él y Alejandra eran novios desde hacía escasas semanas.
-Te quiero-le dijo la chica.
Eso era lo que Daniel quería oír. Saber que aquella relación no era sólo una aventura. Tener la certeza de que Alejandra y él estarían siempre juntos. Y ella le había dicho que también lo quería. Papá Noel había sido muy generoso con él. Abrazó con fuerza a Alejandra en mitad de la calle.
-Yo también te quiero, Alex-le corroboró-Yo no creo en papeles. Sólo creo en que nos queremos. Y que estaremos siempre juntos.
-También lo creo yo-dijo Alejandra.
-¡Ay, Alex!
A Daniel le asaltaron los recuerdos. Recuerdos de él y de Alejandra poniendo el Árbol de Navidad. Recuerdos de Alejandra cantando villancicos por toda la casa. Pensó en la última Nochebuena que habían pasado juntos. En septiembre, habían cumplido su primer aniversario desde que se casaron por lo civil. No habían llegado a cumplir el segundo aniversario. Daniel no quería casarse por la Iglesia. No era un joven muy religioso que digamos. Pero Alejandra sí quería casarse, por lo que fueron al juzgado y arreglaron los papeles. Recordaba el día en que le pidió matrimonio en la discoteca. La cara de estupor de Alejandra al verlo arrodillado ante la pista de baile. Pero aquella boda por lo civil no era suficiente. Y Daniel lo sabía.
Pasaron la Nochebuena ellos solos viendo un especial de los Muñegotes.
No quería mirar las luces de Navidad que iluminaban la ciudad por la que estaba pasando. Se había propuesto poner tierra por medio.
De estar viva Alejandra, a lo mejor, ella estaría viendo anuncio de juguetes. Querría comprarle al bebé una Chabel si era niña. Daniel le habría dicho que no. Que sería niño. Y que le regalaría un juguete de Playmobil. Discutirían. Pero sus discusiones siempre terminaban de la misma manera. Haciéndose cosquillas mutuamente. O eso quería pensar. Era cierto que discutían mucho. Era cierto que nunca estaban de acuerdo en nada. Pero se amaban.
Alejandra...Daniel sintió cómo las lágrimas empezaban a escocer sus ojos y tuvo que detenerse en un lado de la carretera. Le parecía hasta insultante haber cogido un coche. Se lo había prestado su colega El Largo. Un Seat Ibiza de color rojo...
-¡Eres un gilipollas!-le había increpado cuando le entregó las llaves del coche-¡Te piras y nos dejas en la estacada!
-Tengo que irme-le había dicho Daniel-Trata de entenderlo, joder. Yo...Si sigo aquí me volveré loco.
-Ten mucho cuidado, tío. ¡Y no me destroces el coche!
-Tendré cuidado. No sufras.
-¡Sufro porque te has vuelto loco!
Al detenerse a descansar unos días antes, un viernes, la ventana de una casa estaba a medio abrir, quizás porque la habían fregado o por otro motivo. No lo sabía. Un matrimonio de cierta edad estaba viendo la tele en la sala de estar. El televisor tenía sus años. Una bailarina de flamenco que a Daniel le recordó a una Barbie con el pelo negro estaba encima del aparato. El Telediario de las nueve había terminado. José Antonio Maldonado estaba acabando de dar El Tiempo.
Entonces, empezó el que se había convertido en uno de los programas favoritos de María. Pero...¿esto qué es? Alejandra se reía con un dúo cómico que parecía estar llamado a convertirse en los nuevos Martes y Trece. Cruz y Raya...Al verles en la tele, un sollozo se escapó de la garganta de Daniel. ¡Alejandra tendría que estar en el piso viéndoles! ¡No tendría que estar enterrada en el cementerio de La Almudena!
Esa Nochebuena, Daniel recordó que no había llamado a nadie. Nadie sabía nada de él. Lo único que quería era estar solo.
Respiró hondo. La visión de Alejandra cepillándose su largo cabello le asaltó de pronto. Lo llevaba siempre recogido en una cola de caballo y nunca había querido cambiar de peinado. A Daniel siempre le había gustado. Miró el mapa de carreteras para saber dónde se había metido antes de seguir en su trayecto a ninguna parte.
Llevaba dos meses de viaje sin saber bien qué hacer. Dos meses en los que había intentado no pensar en nada. Pero no podía. Los recuerdos le asaltaban una y otra vez. ¿En serio había pensado en olvidar a Alejandra? ¡Qué gilipollas había sido! María era única. Nunca querría a ninguna otra. El Largo
era imbécil. Le había dicho que volvería a enamorarse. ¿Enamorarse de nuevo él? Apenas estaba caliente en su tumba el cadáver de Alejandra. Y su hijo...
Daniel se sentía enfermo cada vez que pensaba en el hijo que María iba a tener. Un niño que él nunca cogería entre sus brazos. No había empezado a hacer planes de futuro para él. Excepto que sería del Real Madrid tanto si era niño como si era niña. Que le hablaría de lo maravilloso que era Butragueño y poco más. Pero no había pensado a qué colegio le enviaría a estudiar. Ni la carrera que escogería el día de mañana. Sólo sabía que lo iba a querer mucho.
En aquellos momentos, Daniel echó en falta la presencia de sus padres. De estar vivos, no se sentiría tan mal.
Era cierto que nunca se llevó del todo bien con ellos. Era cierto que esperaban mucho de él. Del mismo modo que Alejandra esperaba mucho de él. Daniel tenía la sensación de que les había defraudado a todos. Pero quería a sus padres. Y se había sentido querido por sus padres al modo en el que éstos eran capaces de amar.
Daniel recibió una esmerada educación. Estudió en un instituto donde se daba inglés cuatro horas a la semana. Incluso, se puntuaba la pronunciación. Daniel sabía hablar bastante bien el inglés. Pero consideraba aquello como algo estúpido. Estaba convencido de que nunca tendría que hablar inglés con alguien. ¿Acaso iba a salir algún día de España? Pero necesitaba alejarse de todo y de todos durante una temporada. Y no quería recurrir a sus tíos. No quería ser una carga para ellos.
Su padre había sido, hasta su muerte, un próspero empresario. Eran gente de dinero. Vivían en un bonito chalet en Somosaguas. Daniel, para ser sinceros, había nacido para convertirse en un pijo. Cosa que él no quería. Al llegar a la adolescencia, las broncas con sus padres eran constantes.
Su padre le decía que debía de estudiar una carrera. Y se lo decía cuando Daniel apenas estaba empezando BUP. Pensaba que su hijo seguiría sus pasos. Entonces, el cáncer acabó con la vida de su madre primero. Y, más tarde, un infarto acabó con la vida de su padre. Daniel no quiso seguir viviendo en el chalet.
No soportaba tener que vestirse como un pijo. Le gustaba llevar los tejanos rotos. Pero lo que no soportaba era la soledad. El chalet se le venía encima. Lleno de recuerdos...
Admitía que la relación con sus padres había sido difícil desde que llegó a la adolescencia. Pero también tenía que admitir que sus padres le habían querido. Era hijo único. Daniel oyó una vez decir que su madre había sufrido varios abortos. Su nacimiento había sido un auténtico milagro.
La soledad era idéntica ya en un chalet. O ya en un piso pequeño...Sus padres habían querido mucho a Alejandra. Era la hija de unos amigos suyos. Se habían conocido desde siempre. Habían sido uña y carne desde críos. Los padres de Alejandra se habían interesado por él. Le habían brindado su apoyo. Pero Daniel no quería apoyarse en nadie.
No había cenado nada todavía. Escuchaba los villancicos que salían del interior de las casas. Por su lado, pasaron varias personas tocando la zambomba y la pandereta. Lucían unos ridículos gorros de Papá Noel. Estaban cantando A Belén Pastores. No estaba en el ánimo de Daniel el cantar villancicos. La Navidad se le estaba haciendo eterna. ¿Por qué no se acababa de una puta vez?, se preguntó.
En los escaparates de las tiendas veía ropa de invierno, pero también veía guirnaldas. En el centro de la ciudad se ubicaba un inmenso Árbol de Navidad. Veía también Belenes en los escaparates de las tiendas. Todo el mundo estaba muy contento. Y él sólo quería morirse. ¿Por qué no se había muerto? ¿Por qué no había muerto junto con Alejandra y el crío? No entendía el porqué seguía viviendo.
Daniel arrancó el Seat y se alejó. El viaje debía de continuar y él no quería pensar en la Navidad. Sus tíos estarían preocupados por la falta de noticias. Daniel se juró así mismo que les llamaría al día siguiente. Pero ellos insistirían en que debía de regresar. ¿Desde cuándo sus tíos se preocupaban por él? Todo había cambiado desde la muerte de sus padres. Daniel recordaba que la relación de sus padres con sus hermanos nunca había sido buena. A decir verdad, se hablaban sólo para mantener las apariencias. Pero sus relaciones siempre habían sido muy frías. Correctas porque eran familia. Pero frías...Daniel no quería ver a sus tíos. Prefería estar solo durante una larga temporada. Tampoco tenía muchas ganas de ver a sus colegas.
Con una mano, buscó en el bolsillo de su pantalón. Sacó un cigarrillo. Lo encendió con el mechero, soltando el volante durante unos segundos. Por desgracia, no se había empotrado contra ninguna pared. Daniel sentía deseos suicidas. Lo embargaban. Pero sus deseos nunca se cumplían.
María, pensó. Tendría que haber muerto contigo. Me siento muy solo. ¿Por qué, Alex? ¿Por qué? No consigo entenderlo.
Estaba empezando a amanecer. Daniel decidió encender la radio. Trató de sintonizar alguna buena emisora. De la SER pasó a la COPE. Todas le parecieron idénticas. Todas empezaron felicitando la Navidad. Que si Papá Noel había sido generoso con los críos. En algunas emisoras, empezaron a emitir los putos villancicos. Daniel apagó la radio furioso. Tiró su cigarrillo, ya consumado, por la ventanilla. A veces, bebía una lata de cerveza tras otra para poder olvidar. Se las compraba en los super. Dormía la mona en el asiento trasero. Despertaba echando la pota. Pero, a pesar de todo, seguía recordando.
Lo peor era que ni el caballo le ayudaba a olvidar. Algunas veces, había fantaseado con la idea de inyectarse una dosis de más y acabar con todo. Era un cobarde. Nunca lo hacía. El cielo empezó a cubrirse de nubes negras. Sonó un trueno en la distancia. Las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear los cristales del Seat. Daniel conectó el parabrisas.
¡Lo que faltaba!, pensó. Estaba realmente furioso. Pero no sabía con quién estaba furioso. A veces, tenía la sensación de que estaba en mitad de una terrible pesadilla. Y no conseguía despertar. No conseguía escapar de ella. Sólo falta que venga aquí el Freddy Krueger con las cuchillitas, pensó Daniel, sarcástico. Se moría de ganas de beberse una birra, pero los supermercados estaban cerrados. Y los bares también estaban cerrados. Todo el mundo estaba en sus casas celebrando la Navidad con sus familias. Excepto él...Daniel soltó una palabrota en voz baja. El día de Navidad había empezado mal. Y seguiría yendo a peor.
Aquí os dejo con otro fragmento. Espero que os guste. ¡No os olvidéis de comentar! ¡A ver qué pifias he cometido!
Era el día de Nochebuena y él lo estaba pasando lejos de casa. No quiso pensar que sería la primera Nochebuena en siete años que no pasaría con Alejandra. Siempre había pasado la Navidad con ella. Desde que tenía uso de razón. Cuando se enamoraron. Desde entonces, habían sido inseparables.
Su mente volvía atrás en el tiempo.
Él y Alejandra habían empezado a salir en septiembre.
Era la Nochebuena del año 1983.
Daniel recordaba haber ayudado a la chica que iba a limpiar su casa a decorar el Árbol de Navidad. Como siempre, su casa estaba muy adornada.
Daniel cenó en compañía de sus padres, de sus tíos y de sus primos. Sin embargo, apenas abrió la boca durante el transcurso de la cena. Veía las mismas caras que veía todos los años. No se cantaban villancicos. Incluso, sus primos más pequeños ni se atrevían a reír. El ambiente que reinaba en su casa era muy frío. Pero Daniel pensó en que lo esperaban sus colegas una vez terminado de cenar el pavo.
Irían a pedir el aguinaldo de puerta en puerta.
Sus padres habían accedido a dejarle ir. Sin embargo, se quejaban de que pedir el aguinaldo sólo lo hacían los pobres.
Al terminar la cena, Daniel felicitó las Pascuas a sus tíos y a sus primos. Se puso el abrigo y la bufanda.
Sus colegas lo estaban esperando en el jardín. Alejandra estaba con ellos. El verla animó la Nochebuena a Daniel. Salió corriendo de su casa. Al llegar a la altura de Alejandra, le dio un beso suave en los labios. Sus colegas empezaron a dar grititos.
-¡Callaos, gilipollas!-les increpó Daniel.
Aquella primera Nochebuena con ella fue divertidísima. Lejos de sus padres...Y al lado de Alejandra...Un sueño hecho realidad, pensó.
Salieron todos en pandilla a cantar villancicos por toda la urbanización.
Alejandra estaba muy guapa con su gorrito de Papá Noel.
Daniel y ella se besaron muchas veces. Él había puesto muérdago en puntos estratégicos del recorrido.
-¡Mira!-le indicaba-¡Muérdago!
-Hay que cumplir con la tradición-decía Alejandra.
-Tienes razón. ¡Venga, vamos!
Y se besaban. Alejandra se echaba a reír cuando se separaban. Tenía la risa más bonita que Daniel jamás había oído. Se cogían de la mano y echaban a correr. Sus amigos les llevaban mucha distancia. No podían estar muy alejados de ellos.
-Soy feliz-le dijo Alejandra.
Daniel pensó que había muerto y que había subido al Cielo. Él y Alejandra eran novios desde hacía escasas semanas.
-Te quiero-le dijo la chica.
Eso era lo que Daniel quería oír. Saber que aquella relación no era sólo una aventura. Tener la certeza de que Alejandra y él estarían siempre juntos. Y ella le había dicho que también lo quería. Papá Noel había sido muy generoso con él. Abrazó con fuerza a Alejandra en mitad de la calle.
-Yo también te quiero, Alex-le corroboró-Yo no creo en papeles. Sólo creo en que nos queremos. Y que estaremos siempre juntos.
-También lo creo yo-dijo Alejandra.
-¡Ay, Alex!
A Daniel le asaltaron los recuerdos. Recuerdos de él y de Alejandra poniendo el Árbol de Navidad. Recuerdos de Alejandra cantando villancicos por toda la casa. Pensó en la última Nochebuena que habían pasado juntos. En septiembre, habían cumplido su primer aniversario desde que se casaron por lo civil. No habían llegado a cumplir el segundo aniversario. Daniel no quería casarse por la Iglesia. No era un joven muy religioso que digamos. Pero Alejandra sí quería casarse, por lo que fueron al juzgado y arreglaron los papeles. Recordaba el día en que le pidió matrimonio en la discoteca. La cara de estupor de Alejandra al verlo arrodillado ante la pista de baile. Pero aquella boda por lo civil no era suficiente. Y Daniel lo sabía.
Pasaron la Nochebuena ellos solos viendo un especial de los Muñegotes.
No quería mirar las luces de Navidad que iluminaban la ciudad por la que estaba pasando. Se había propuesto poner tierra por medio.
De estar viva Alejandra, a lo mejor, ella estaría viendo anuncio de juguetes. Querría comprarle al bebé una Chabel si era niña. Daniel le habría dicho que no. Que sería niño. Y que le regalaría un juguete de Playmobil. Discutirían. Pero sus discusiones siempre terminaban de la misma manera. Haciéndose cosquillas mutuamente. O eso quería pensar. Era cierto que discutían mucho. Era cierto que nunca estaban de acuerdo en nada. Pero se amaban.
Alejandra...Daniel sintió cómo las lágrimas empezaban a escocer sus ojos y tuvo que detenerse en un lado de la carretera. Le parecía hasta insultante haber cogido un coche. Se lo había prestado su colega El Largo. Un Seat Ibiza de color rojo...
-¡Eres un gilipollas!-le había increpado cuando le entregó las llaves del coche-¡Te piras y nos dejas en la estacada!
-Tengo que irme-le había dicho Daniel-Trata de entenderlo, joder. Yo...Si sigo aquí me volveré loco.
-Ten mucho cuidado, tío. ¡Y no me destroces el coche!
-Tendré cuidado. No sufras.
-¡Sufro porque te has vuelto loco!
Al detenerse a descansar unos días antes, un viernes, la ventana de una casa estaba a medio abrir, quizás porque la habían fregado o por otro motivo. No lo sabía. Un matrimonio de cierta edad estaba viendo la tele en la sala de estar. El televisor tenía sus años. Una bailarina de flamenco que a Daniel le recordó a una Barbie con el pelo negro estaba encima del aparato. El Telediario de las nueve había terminado. José Antonio Maldonado estaba acabando de dar El Tiempo.
Entonces, empezó el que se había convertido en uno de los programas favoritos de María. Pero...¿esto qué es? Alejandra se reía con un dúo cómico que parecía estar llamado a convertirse en los nuevos Martes y Trece. Cruz y Raya...Al verles en la tele, un sollozo se escapó de la garganta de Daniel. ¡Alejandra tendría que estar en el piso viéndoles! ¡No tendría que estar enterrada en el cementerio de La Almudena!
Esa Nochebuena, Daniel recordó que no había llamado a nadie. Nadie sabía nada de él. Lo único que quería era estar solo.
Respiró hondo. La visión de Alejandra cepillándose su largo cabello le asaltó de pronto. Lo llevaba siempre recogido en una cola de caballo y nunca había querido cambiar de peinado. A Daniel siempre le había gustado. Miró el mapa de carreteras para saber dónde se había metido antes de seguir en su trayecto a ninguna parte.
Llevaba dos meses de viaje sin saber bien qué hacer. Dos meses en los que había intentado no pensar en nada. Pero no podía. Los recuerdos le asaltaban una y otra vez. ¿En serio había pensado en olvidar a Alejandra? ¡Qué gilipollas había sido! María era única. Nunca querría a ninguna otra. El Largo
era imbécil. Le había dicho que volvería a enamorarse. ¿Enamorarse de nuevo él? Apenas estaba caliente en su tumba el cadáver de Alejandra. Y su hijo...
Daniel se sentía enfermo cada vez que pensaba en el hijo que María iba a tener. Un niño que él nunca cogería entre sus brazos. No había empezado a hacer planes de futuro para él. Excepto que sería del Real Madrid tanto si era niño como si era niña. Que le hablaría de lo maravilloso que era Butragueño y poco más. Pero no había pensado a qué colegio le enviaría a estudiar. Ni la carrera que escogería el día de mañana. Sólo sabía que lo iba a querer mucho.
En aquellos momentos, Daniel echó en falta la presencia de sus padres. De estar vivos, no se sentiría tan mal.
Era cierto que nunca se llevó del todo bien con ellos. Era cierto que esperaban mucho de él. Del mismo modo que Alejandra esperaba mucho de él. Daniel tenía la sensación de que les había defraudado a todos. Pero quería a sus padres. Y se había sentido querido por sus padres al modo en el que éstos eran capaces de amar.
Daniel recibió una esmerada educación. Estudió en un instituto donde se daba inglés cuatro horas a la semana. Incluso, se puntuaba la pronunciación. Daniel sabía hablar bastante bien el inglés. Pero consideraba aquello como algo estúpido. Estaba convencido de que nunca tendría que hablar inglés con alguien. ¿Acaso iba a salir algún día de España? Pero necesitaba alejarse de todo y de todos durante una temporada. Y no quería recurrir a sus tíos. No quería ser una carga para ellos.
Su padre había sido, hasta su muerte, un próspero empresario. Eran gente de dinero. Vivían en un bonito chalet en Somosaguas. Daniel, para ser sinceros, había nacido para convertirse en un pijo. Cosa que él no quería. Al llegar a la adolescencia, las broncas con sus padres eran constantes.
Su padre le decía que debía de estudiar una carrera. Y se lo decía cuando Daniel apenas estaba empezando BUP. Pensaba que su hijo seguiría sus pasos. Entonces, el cáncer acabó con la vida de su madre primero. Y, más tarde, un infarto acabó con la vida de su padre. Daniel no quiso seguir viviendo en el chalet.
No soportaba tener que vestirse como un pijo. Le gustaba llevar los tejanos rotos. Pero lo que no soportaba era la soledad. El chalet se le venía encima. Lleno de recuerdos...
Admitía que la relación con sus padres había sido difícil desde que llegó a la adolescencia. Pero también tenía que admitir que sus padres le habían querido. Era hijo único. Daniel oyó una vez decir que su madre había sufrido varios abortos. Su nacimiento había sido un auténtico milagro.
La soledad era idéntica ya en un chalet. O ya en un piso pequeño...Sus padres habían querido mucho a Alejandra. Era la hija de unos amigos suyos. Se habían conocido desde siempre. Habían sido uña y carne desde críos. Los padres de Alejandra se habían interesado por él. Le habían brindado su apoyo. Pero Daniel no quería apoyarse en nadie.
No había cenado nada todavía. Escuchaba los villancicos que salían del interior de las casas. Por su lado, pasaron varias personas tocando la zambomba y la pandereta. Lucían unos ridículos gorros de Papá Noel. Estaban cantando A Belén Pastores. No estaba en el ánimo de Daniel el cantar villancicos. La Navidad se le estaba haciendo eterna. ¿Por qué no se acababa de una puta vez?, se preguntó.
En los escaparates de las tiendas veía ropa de invierno, pero también veía guirnaldas. En el centro de la ciudad se ubicaba un inmenso Árbol de Navidad. Veía también Belenes en los escaparates de las tiendas. Todo el mundo estaba muy contento. Y él sólo quería morirse. ¿Por qué no se había muerto? ¿Por qué no había muerto junto con Alejandra y el crío? No entendía el porqué seguía viviendo.
Daniel arrancó el Seat y se alejó. El viaje debía de continuar y él no quería pensar en la Navidad. Sus tíos estarían preocupados por la falta de noticias. Daniel se juró así mismo que les llamaría al día siguiente. Pero ellos insistirían en que debía de regresar. ¿Desde cuándo sus tíos se preocupaban por él? Todo había cambiado desde la muerte de sus padres. Daniel recordaba que la relación de sus padres con sus hermanos nunca había sido buena. A decir verdad, se hablaban sólo para mantener las apariencias. Pero sus relaciones siempre habían sido muy frías. Correctas porque eran familia. Pero frías...Daniel no quería ver a sus tíos. Prefería estar solo durante una larga temporada. Tampoco tenía muchas ganas de ver a sus colegas.
Con una mano, buscó en el bolsillo de su pantalón. Sacó un cigarrillo. Lo encendió con el mechero, soltando el volante durante unos segundos. Por desgracia, no se había empotrado contra ninguna pared. Daniel sentía deseos suicidas. Lo embargaban. Pero sus deseos nunca se cumplían.
María, pensó. Tendría que haber muerto contigo. Me siento muy solo. ¿Por qué, Alex? ¿Por qué? No consigo entenderlo.
Estaba empezando a amanecer. Daniel decidió encender la radio. Trató de sintonizar alguna buena emisora. De la SER pasó a la COPE. Todas le parecieron idénticas. Todas empezaron felicitando la Navidad. Que si Papá Noel había sido generoso con los críos. En algunas emisoras, empezaron a emitir los putos villancicos. Daniel apagó la radio furioso. Tiró su cigarrillo, ya consumado, por la ventanilla. A veces, bebía una lata de cerveza tras otra para poder olvidar. Se las compraba en los super. Dormía la mona en el asiento trasero. Despertaba echando la pota. Pero, a pesar de todo, seguía recordando.
Lo peor era que ni el caballo le ayudaba a olvidar. Algunas veces, había fantaseado con la idea de inyectarse una dosis de más y acabar con todo. Era un cobarde. Nunca lo hacía. El cielo empezó a cubrirse de nubes negras. Sonó un trueno en la distancia. Las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear los cristales del Seat. Daniel conectó el parabrisas.
¡Lo que faltaba!, pensó. Estaba realmente furioso. Pero no sabía con quién estaba furioso. A veces, tenía la sensación de que estaba en mitad de una terrible pesadilla. Y no conseguía despertar. No conseguía escapar de ella. Sólo falta que venga aquí el Freddy Krueger con las cuchillitas, pensó Daniel, sarcástico. Se moría de ganas de beberse una birra, pero los supermercados estaban cerrados. Y los bares también estaban cerrados. Todo el mundo estaba en sus casas celebrando la Navidad con sus familias. Excepto él...Daniel soltó una palabrota en voz baja. El día de Navidad había empezado mal. Y seguiría yendo a peor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)